El Ajax carga la piedra de Sísifo
Los tiempos que corren, definidos por la sentencia Bosman, conspiran contra el Ajax, el equipo que revolucionó el fútbol y lo sacó de las fauces del catenaccio. Aquello ocurrió hace medio siglo, pero sus consecuencias todavía perduran. Jugar bien, al ataque y con gente de la casa son tres características definitivas de aquel inolvidable Ajax que alcanzó su primera final de la Copa de Europa en 1969. Ese intrépido Ajax, procedente de un país sin apenas tradición futbolística, no fue el cometa que muchos pronosticaban. Llegó para quedarse. Dos años después ganó la primera de sus tres Copas de Europa consecutivas. Desde entonces su influencia no ha cesado, a pesar de los obstáculos casi insalvables que la modernidad le ha colocado y que siempre obliga al Ajax a la aventura. La de esta temporada es prometedora y excitante.
Regresa un Ajax atrevido y juvenil, simbolizado por la presencia del central De Ligt (19 años) y el centrocampista Frenkie de Jong (21). Ha alcanzado los octavos de final de la Liga de Campeones en medio del entusiasmo de la hinchada ajacied, que no se limita a los confines de Holanda. El Ajax es patrimonio universal del fútbol y sus íntimos seguidores se desparraman por todo el mundo. Son los agradecidos hinchas que disfrutaron de la generación de Cruyff, Keizer y Neeskens en los años setenta y en la siguiente década del equipo de Van Basten, Rijkaard y Bergkamp, precedente del fastuoso Ajax de Van der Sar, los hermanos De Boer, Seedorf, Litmanen, Overmars, Finidi, Kluivert, Kanu y compañía, o sea, el equipo que maravilló al mundo y se desintegró inmediatamente después de la sentencia Bosman. Todos los ricos querían un trozo de aquel Ajax, y ninguno lo quería más grande que el Barça.
Ni en los malos tiempo se detuvo la singular maquinaria del club holandés. Ibrahimovic y Luis Suárez, dos de los jugadores más representativos de los últimos 15 años del fútbol, forjaron sus distintivas cualidades en el Ajax, una institución también admirable por su negativa a capitular frente a las normas que le amenazan. En este fútbol de barra libre, presidido por una oligarquía que dispone de dinero a chorros, el Ajax es víctima de su éxito. De todos sus mejores jugadores, y hablamos de al menos 30 estrellas de talla mundial, sólo uno, el inolvidable Piet Keizer, no abandonó el club.
Parece imposible mantener una producción tan exagerada de grandes futbolistas, destinados irremediablemente a la venta. Nadie se acuerda del Ajax cuando los prebostes actuales del fútbol insinúan la creación de una Superliga a la americana. Olvidan al Ajax porque no tiene el dinero, ni el mercado, de los clubs de las cinco grandes ligas –España, Inglaterra, Alemania, Italia y Francia–, pero no se olvidan de exprimirle cuando aparecen sus jóvenes en el horizonte. Ahora se llaman De Ligt y De Jong. Ninguno de ellos seguirá en el club holandés la próxima temporada. Les persiguen los equipos más ricos del planeta.
Nadie puede resistirse a esta presión. De hecho, el Ajax nunca se ha resistido. Sabe perfectamente cuál es su papel. No ha habido en los últimos 50 años un expendedor más notable de futbolistas, con el riesgo que eso supone: el debilitamiento constante, la fatiga y hasta una cierta marginación. Cuando el fútbol se olvida del Ajax sólo cabe pensar en la injusticia de un mundillo de ricachos que sólo atienden al negocio. Los aficionados al fútbol son más sentimentales. Nunca olvidan al Ajax, y hasta sueñan con disfrutar brevemente de un equipo que el próximo verano será devorado. Tampoco olvidan lo que significa este Ajax rebelde, contracultural, casi antisistema, convertido en el Sísifo del fútbol: sube hasta la cima una piedra que inevitablemente vuelve a rodar hasta abajo. Es un destino homérico y cruel que sólo sirve para acrecentar la devoción que millones de seguidores sienten por el Ajax.