Un hombre sin corazón (ni escrúpulos)

EL viernes llega a las pantallas El vicio del poder , de Adam McKay, un biopic sobre el exvicepresidente de EE.UU. Dick Cheney. Después de los ocho años de crecimiento sostenido con Bill Clinton llegó a la Casa Blanca un personaje menor, George W. Bush, a quien su padre recomendó que tuviera a su lado a Cheney después de que Colin Powell se autoexcluyera. Perdón por la ucronía, pero podemos pensar que el mundo hubiera sido distinto si el general hubiera ocupado el cargo del petrolero. La única duda que tuvo Bush jr. era si el corazón de Cheney aguantaría, después de tres ataques y un cuádruple bypass coronario. Dos años después de dejar la Administración recibió un trasplante: puede que esto le hiciera mejor persona.

Kitty Kelley cuenta en el libro sobre los Bush titulado La familia que George se sentía cómodo con aquel hombre medio calvo, cinco años mayor que él y con aspecto de no perderse una comida. Ambos procedían de la industria del petróleo y compartían una ideología ultraconservadora. Como congresista, había votado contra la discriminación positiva, el programa escolar para necesitados, la ley del agua limpia y la enmienda por la igualdad de derechos. E incluso contra la liberación de Mandela. Una joya en bruto, sin duda.

La película arranca cuando fue detenido por conducir ebrio en 1963 y expulsado de Yale por sus indisciplinas. Luego salta a su nombramiento como vicepresidente, un cargo con pocas funciones, salvo si el presidente es un personaje débil e influenciable. Si con Bush padre impulsó la invasión estadounidense de Panamá y Kuwait, con Bush hijo fue clave para la ocupación de Iraq y la instauración de la tortura en los interrogatorios. Fue célebre por ser el vicepresidente con más despachos en Washington. Y por tener al lado una mujer ambiciosa que le hizo prometer el día de su boda que tendría el coraje de ser alguien en la vida, si no quería que lo abandonara. Su aserto lo pagamos todos.