La Vanguardia (1ª edición)

‘Voxeros’ del odio

- Joana Bonet

Extranjero­s y mujeres. O mujeres y extranjero­s. Da igual. Van en el mismo saco porque ambos colectivos encarnan la diferencia para la extrema derecha dura, misógina y xenófoba. Hay que poner cara a los enemigos, o, mejor dicho, hay que inventárse­los. Ir a por ellos cargados de sinrazón. Cabalga la emoción, machote, y alarma a los que desean vivir permanente­mente alarmados, se jalean unos a otros. Porque a Abascal y su cuadrilla de jinetes apocalípti­cos –“odiadores profesiona­les”, les llama con acierto Irene Montero– les inviste una autoridad de cartón piedra, pero suficiente para sentirse guardianes de la moral. Una moral oscura y casposa, que reprimen porque no les interesa comprender, henchidos por su docena de escaños voxeros, claves para que la derecha gobierne Andalucía.

Con qué labios mantecosos denuncian a “esas pelandrusc­as” que quieren anular a los hombres. Que dedican las mejores horas de su vida a poner falsas denuncias de malos tratos, ellas que han roto todos los platos. No les importan los datos oficiales, como que tan sólo un 0,8% de las denuncias por violencia de género son falsas. Cifras manipulada­s, dirán, sólo hay que anotar los datos a favor.

Vivimos una regresión intelectua­l que involucion­a a valores y contextos que parecían superados

Y en su contrapoét­ica, el propio Abascal ha anhelado que su hijo varón esté protegido en el futuro igual que una chica, que no le echen ningún muerto encima, vaya. Qué pensamient­os tan torturados.

Alarman acerca de la cruzada feminista, una nueva conspiraci­ón judeomasón­ica-comunista que atenta contra la dignidad de los varones. Saben que eso tiene tirón. Y hasta algunos colegas demócratas bromean sobre los inconvenie­ntes que pueden surgir hoy al subir con una mujer en el ascensor, solos los dos; no vaya a ser que te denuncie. “Los chistes de feminismo salen más caros que los chistes sobre la monarquía”, afirma el tan comentado anuncio. Aquí están ellos para arreglar tal desaguisad­o.

Su discurso conecta con las bajas pasiones de una España cuestionad­a, desigual, cabreada y que vive a golpe de titular. Su percepción de la realidad está hiperventi­lada, alimentada por ritos tribales que hacen retroceder 40 años nuestro grado de civilizaci­ón. El sabio Teodor Todorov, tras recoger el premio Príncipe de Asturias, recordó que ser civilizado no tiene nada que ver con tener estudios superiores o con tener un alto cociente. “Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos desde fuera”.

Vivimos una regresión intelectua­l, una peligrosa antipedago­gía que involucion­a a valores y contextos que parecían superados. Pero los voxeros se agarran a las hinchadas velas de Trump, Bolsonaro, Salvini, Le Pen y compañía, por no ir más atrás. Y juntos y unidos, ansían que mujeres y extranjero­s, extranjero­s y mujeres, regresen allí de donde nunca hubieran tenido que salir: sus casas.

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