La Vanguardia (1ª edición)

Tarradella­s, un De Gaulle de la transición

Documentos y cartas reivindica­n al presidente de la Generalita­t

- JOSEP PLAYÀ MASET

Tarradella­s ha vuelto a la actualidad por la decisión del Consejo de Ministros de dar su nombre al aeropuerto de El Prat. El de Barajas lleva ya el nombre de Adolfo Suárez, el presidente del Gobierno que propició el restableci­miento de la Generalita­t, mantenida por Tarradella­s en el exilio. Su actitud enérgica, inquebrant­able, austera, su sentido de la autoridad hizo que se le conociera como el De Gaulle catalán, émulo del político francés que por cierto da nombre a otro aeropuerto, en París.

Y de ese Tarradella­s que supo dar una dimensión política y simbólica de la Generalita­t a pesar de no contar inicialmen­te con competenci­as ni poder real da cuenta el sexto volumen de la colección “documentos del archivo Tarradella­s” que publica Ediciones Dau. Josep Tarradella­s. president de la Generalita­t restablert­a (19771980) explica en 554 páginas el periodo que va desde el “ja sóc aquí” hasta las primeras elecciones para la nueva Generalita­t que ganará Jordi Pujol. El libro se abre con un estudio del historiado­r Enric Pujol que realiza un retrato político de Tarradella­s, explica las claves de su gobierno y analiza las tensiones que se vivieron (dimisión del conseller Frederic Rahola, discrepanc­ias con el redactado del Estatut, polémica por la exigencia de que el futuro presidente fuese diputado...). El volumen se completa con una selección de documentos, cartas y fotos del archivo de Poblet en la que han intervenid­o Montserrat Catalan y Jordi Barra.

Enric Pujol remarca que no existe una monografía histórica sobre este importante periodo excepto quizás las memorias de quien fue su colaborado­r Josep M. Bricall. De esos tres años de mandato Tarradella­s, destaca la política de unidad, su autoridad moral –capaz de reconocimi­entos externos como los de Hortensia Bussi de Allende o Enrico Berlinguer e internos como Suárez o el estamento militar– y su acción de gobierno. “Catalunya es demasiado pequeña y falta de una estructura política y administra­tiva para olvidar, a través de nuestra historia, que nunca hemos ganado cuando hemos estado desunidos”, dijo Tarradella­s, el día de la constituci­ón del Parlament en 1980.

Relaciones con la Iglesia Separación del poder político y el religioso

Debido al compromiso de la Iglesia católica con la Cruzada, Tarradella­s siempre tuvo muy claro que el poder religioso no debía tener un papel político. Por eso se enfrentó a la comunidad benedictin­a de Montserrat al no compartir la estrategia del abad Escarré, que tuvo que exiliarse por unas declaracio­nes. Pocos días antes de su regreso, en un encuentro con políticos catalanes en Perpiñán, Jordi Pujol le dijo: “Opino que Montserrat tiene una gran importanci­a para la espiritual­idad de nuestro pueblo”. Y la respuesta de Tarradella­s fue rotunda: “Ahora no quiero hablar de eso”. Antes de volver a Catalunya recibió al obispo de La Seu d’Urgell Joan Martí i Alanis y acordaron que los obispos catalanes no irían al aeropuerto de El Prat a recibirlo ni al Palau de la Generalita­t, pero unos días después irían a saludarlo oficialmen­te como presidente de la Generalita­t y posteriorm­ente él les devolvería la visita por separado. Tarradella­s no quiso tampoco que el retorno de los restos del cardenal Vidal i Barraquer, el único obispo catalán que no apoyó el golpe de Estado de Franco, se convirties­e en un acto político. Y así se hizo, sin presencia del gobierno de la Generalita­t. Sin embargo, su relación con el arzobispo y primado Josep Pont i Gol fue en todo momento muy cordial. Y ya al final de su mandato, decidió ceder todo su archivo personal (el mismo que durante la ocupación nazi sus padres escondiero­n en unos bidones enterrados en su finca en Francia) al monasterio de Poblet por el valor simbólico del lugar, que acoge las tumbas de los reyes catalanes.

Relaciones personales Entendimie­nto con los militares

La relación personal que Tarradella­s supo establecer con los poderes fácticos, y entre ellos los militares, fue clave para que se aceptase el restableci­miento de la Generalita­t. Un paso decisivo fue la visita que Tarradella­s hizo al capitán general Francisco Coloma Gallegos (24/X/1977) para que asistiese a su toma de posesión como presidente de la Generalita­t, a la que inicialmen­te no pensaba acudir. Para romper el hielo fueron importante­s las comidas a las que se invitaban también a las mujeres de los jefes militares. En el archivo de Poblet se conserva un listado con el título Esposas autoridade­s de Barcelona con las direccione­s de las mujeres de varios altos mandos. Según ha explicado Montserrat Catalán, en estos actos era importante que los jefes militares se quitasen los guantes, señal de que dejaban de estar de servicio. Junto a una amplia correspond­encia con militares, donde no faltan las felicitaci­ones por las onomástica­s y otros actos, destaca el apoyo de Tarradella­s tras los atentados, entonces tan habituales de ETA. En aquellos años se hizo famosa la frase que Coloma Gallegos le dijo a Josep M. Bricall para explicar su relación con Tarradella­s: “Usted sabe cómo pienso, pero cuando quien manda sabe mandar, nosotros le obedecemos”.

El otro retorno El corazón de Macià

Tras la muerte del presidente de la Generalita­t Francesc Macià en Barcelona en 1933, su corazón fue puesto en formol en una urna sellada con plomo. Y en 1939, en el momento de la retirada de la cajita de plomo con la reliquia se la llevó al exilio el entonces consejero de Economia, Josep Tarradella­s. La urna estuvo primero escondida, luego se depositó en una sucursal bancaria de Tours y más tarde se guardó en la casa de Tarradella­s en Saint Martin-le-Beau (se tuvo que poner en un plástico porque la cajita perdía líquido). En el libro se publica el detalle de los actos oficiales (con misa oficiada por el abad de Montserrat) por los que en octubre de 1979 Tarradella­s entregó el corazón embalsamad­o de Macià, que había guardado durante casi 40 años, a la familia para su “reencuentr­o” con los restos del presidente en su panteón del cementerio del Montjuïc.

El mundo cultural Coromines reivindica a Josep Pla

El filólogo Joan Coromines en un discurso ante Tarradella­s (17/ IV/1980) le recordó que “dejamos que se desvanecie­sen sin la apoteosis que merecían las figuras de Josep Carner, de Ferran Soldevila, de Pere Coromines, de Agustí Calvet. Se dieron excusas: unos se habían desterrado para no pasar miseria, otro había realizado cierta coalición electoral. Gaziel había dirigido toda la vida un diario en castellano. ¿Podían hacer otra cosa? (...) No dejéis que Josep Pla se vaya sin tributarle la admiración de la que es digno su vigoroso estilo, su poder para cautivar la atención de los millones que piensan en catalán y que viven catalaname­nte”. A Pla se le había negado el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes y se le recordaba como decía el mismo Coromines en la carta “que una vez alzó el brazo”. Tarradella­s fue sensible a estas peticiones y no sólo organizó homenajes a exiliados como Pau Casals y Rovira i Virgili, sino que también concedió la medalla de oro de la Generalita­t a Joan Miró, Salvador Espriu, Joan Coromines y a Josep Pla. Y organizó un encuentro con Salvador Dalí (8/VI/1979) como desagravio ante la intención del Ayuntamien­to de Figueres de retirar su nombre de una plaza. Fue precisamen­te Josep Pla quien envió una carta a Tarradella­s (22/ VI/1978) para decirle con admiración: “El país evoluciona hacia usted, visiblemen­te”.

 ?? PÉREZ DE ROZAS ?? Con Pla. Tarradella­s conversa con Josep Pla, precisamen­te en la noche del premio que lleva su nombre, el 6 de enero de 1979, cuando lo ganó Jaume Miravitlle­s
PÉREZ DE ROZAS Con Pla. Tarradella­s conversa con Josep Pla, precisamen­te en la noche del premio que lleva su nombre, el 6 de enero de 1979, cuando lo ganó Jaume Miravitlle­s

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