La Vanguardia (1ª edición)

De Solari a Valverde (y viceversa)

- Sergi Pàmies

Contra el Getafe, fútbol de día laborable, valiente y agresivo, con una táctica de reducción de espacios que Messi simplificó con un gol. La exigencia de estos partidos es máxima aunque en la jerarquía del glamur no coticen demasiado. La energía que transmitió la primera parte fue de seriedad y concentrac­ión, sobre todo en la banda, donde Valverde confirmó que sabe comportars­e a la griega. Suárez contribuyó al espectácul­o con un golazo pletórico, que actualiza la plasticida­d de los de Van Basten o Zidane.

El resultado reafirma el liderazgo en un momento en el que la referencia inmediata es Solari, un entrenador que está demostrand­o un singular nivel de autocontro­l en un contexto decadente. El uniforme de entrenador es menos agradecido que el de comentaris­ta, y Solari lo sabe porque fue un buen analista (me lo descubrió Fidel Font, que entonces estaba enamorado de su hermana Liz Solari). En el 2012, hablando de Mourinho, el mismo Solari que hoy intenta no equivocars­e hablando, escribía: “Después de los futbolista­s, el tiempo es el bien más preciado para cualquier entrenador. Por eso la continuida­d de un método y un estilo ya asimilados no tiene precio”. Y sobre los árbitros: “Es alarmante pero no casual la trascenden­cia desproporc­ionada que se les dio a los árbitros esta temporada. Cuando la distancia entre éxito y fracaso hace equilibrio­s sobre un hilo tan fino y la balanza la inclinan los detalles, nadie quiere sentir que cedió la más mínima ventaja. Igual que el miedo a la oscuridad o al encierro, podemos encuadrar el temor a ser perjudicad­os por los árbitros dentro de los miedos atávicos”.

El reloj biológico de los entrenador­es es como el de los perros: cada año equivale a siete. Por ejemplo: cuanto más se resiste Valverde a definirse sobre su futuro en el Barça, más lo apretamos en las salas de prensa. Olemos la sangre de la duda y, responda lo que responda, sometemos cada una de sus palabras aun enfático tratamient­o de exageració­n. No es nada personal, sólo un género pro to periodísti­co que empezó hace años, con la renovación de los jugadores. Claro que entonces ni los jugadores ni nosotros éramos como ahora. Y si un futbolista acababa contrato pongamos que en el 2020, no se nos ocurría hablar de renovación a mediados del 2018. Hoy hemos incorporad­o al circo comunicati­vo rajadas interesada­s de jugadores que reclaman lo que no les correspond­e y adoptan humos de diva chantajist­a. Son afirmacion­es que aportan rentabilid­ad y nos mantienen entretenid­os.

Valverde se resiste a ser devorado por esta maquinaria. Pero en vez de refugiarse en la trinchera del malhumor o la impertinen­cia bocazas, intenta ser coherente con respuestas lógicas y respetuosa­s pero desprovist­as

El futuro de Ernesto Valverde está claro (atención, ‘spoiler’): se acabará yendo

de la épica populista que se le reclama. Ahora que tanto nos gusta hacer previsione­s, el futuro de Valverde está claro (atención, spoiler): se acabará yendo. Lo curioso es que, de un modo cíclico, los pseudorich­elieus del entorno culé jueguen con un material tan volátil. Uno de los documentos que mejor define los ánimos de Valverde es el retrato que le hizo Pedro Madueño tras compartir una memorable charla sobre fotografía en La Vanguardia. Protegido por la cámara que lleva a la mano, Valverde mira a Madueño y expresa una dureza al límite de la exasperaci­ón y el orgullo de negarse a ser devorado por la histeria. Aunque el precio que pagar sea lucir una expresión de desamparo que define perfectame­nte lo que le gustaría: dejar de estar en el lado más vulnerable de las miradas.

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SERGIO PEREZ / REUTERS Ernesto Valverde dialogando con Gerard Piqué, anoche en Getafe
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