Juicio al silencio de la Iglesia
El cardenal Philippe Barbarin, de Lyon, en el banquillo por encubrir abusos
En el banquillo de acusados del tribunal correccional de Lyon no sólo se sienta, desde ayer, el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo titular de la ciudad francesa. Es también la Iglesia universal la que, simbólicamente, afronta un proceso público por el escándalo de los abusos sexuales a menores de edad, un juicio por el silencio cómplice, durante decenios, amparado desde las más altas instancias vaticanas, por la excesiva tolerancia o incluso por el encubrimiento de unas conductas que han erosionado gravemente el prestigio de la institución en todo el mundo.
Barbarin, de 68 años, es un purpurado que, hasta topar con la justicia, era considerado como una de las figuras intelectualmente más brillantes de la Iglesia francesa, incluso con aspiraciones ante un futuro cónclave. El arzobispo de Lyon se presentó ayer ante el tribunal con semblante serio y algunos gestos y muecas que delataban su nerviosismo ante la expectación mediática. Luego, en una declaración, reiteró su inocencia. “Nunca intenté ocultar y menos aún encubrir estos hechos horribles”, dijo Barbarin, quien sí admitió errores de apreciación y pidió perdón a las víctimas de los curas pederastas.
“No sé de qué soy culpable”, aseguró. Al contrario, recordó que, al reunirse con una víctima del cura pederasta presuntamente encubierto, le instó a que encontrara a otras víctimas de periodos que no hubieran prescrito, cosa que hizo. Esa sería la prueba del no encubrimiento. Barbarin puso los hechos en conocimiento del Vaticano, que le ordenó que suspendiera a Peyrat. “Y bien, eso es fácil, ¿por qué no lo hizo?”, le preguntó la presidenta del tribunal. Según el cardenal, retrasó unos meses la suspensión “para evitar el escándalo público”. “Hice exactamente lo que Roma me pidió”, agregó Barbarin.
El caso se remonta a los años setenta y ochenta, cuando un cura que se ocupaba de boy scouts , Bernard Preyrat, abusaba de los chicos. Algunas de las víctimas, reunidas en la asociación Palabra Liberada, presentaron una denuncia contra Barbarin, en el 2015, por estimar que el cardenal, que ocupa su puesto en Lyon desde el 2002, debía haber denunciado mucho antes a Preyrat, porque tenía conocimiento de los hechos, y no debía haber permitido al cura su trato con niños hasta el 2015. El purpuallá rado niega haber sabido del pasado del sacerdote.
De ser hallado culpable, Barbarin podría ser condenado a hasta tres años de prisión y a una multa de 45.000 euros. Sus abogados intentan que el proceso sea anulado por un defecto de forma. Alegan que los acusadores no depositaron individualmente la suma de dinero que es preceptiva, que lo hizo en su nombre la asociación Palabra Liberada. Sostuvieron que se trata de un “proceso espectáculo” y de una causa general contra la Iglesia.
Está claro, en efecto, que, más de las eventuales responsabilidades penales de Barbarin, el juicio sienta en el banquillo, en un país clave en la historia del catolicismo europeo, a todo un sistema que dio prioridad a ocultar escándalos y a preservar la reputación de la Iglesia, en vez de denunciar las conductas delictivas y de proteger a víctimas pasadas y futuras. Las medidas internas que se tomaban eran insuficientes –o nulas– y menos todavía se ponían los hechos en conocimiento de la justicia civil.
“EVITAR EL ESCÁNDALO”
El purpurado admite que retrasó el cese del cura pederasta por petición del Vaticano
LARGA IMPUNIDAD
El sacerdote abusó de ‘boy scouts’ y siguió ocupándose de jóvenes durante años