Francia castigará a los convocantes de manifestaciones no autorizadas
El premier Édouard Philippe anuncia el despliegue de 80.000 policías el sábado
Este estado de cosas no se limitaba a Francia y se prolongó casi hasta el final del pontificado de Juan Pablo II. El papa polaco, canonizado en el 2014 a pesar de estas sombras, solía ser reacio a aceptar las acusaciones contra los curas . Ni siquiera le fue fácil hacerlo ante un caso tan flagrante como el de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo. Karol Wojtyla, formado bajo el totalitarismo comunista, tenía la experiencia de frecuentes falsas acusaciones urdidas por el régimen para denigrar a los sacerdotes y destruir la influencia de la Iglesia en la sociedad polaca.
Las cosas en Roma empezaron a cambiar de modo sustancial con la llegada a la silla de Pedro de Benedicto XVI. El papa alemán endureció la persecución de los abusos, hizo mea culpa y realizó el gesto de reunirse con víctimas en diversos viajes, en Australia, Estados Unidos y otros países. Francisco ha proseguido esta línea, si bien ha tenido también la tentación de minimizar los abusos o de no dar crédito a algunas acusaciones, como sucedió el año pasado en Chile. El papa argentino hubo de admitir su error y rectificar.
Uno de los casos más notorios de encubrimiento de abusos en la Iglesia lo protagonizó el entonces cardenal arzobispo de Boston, Bernard Law. Aquel escándalo –que inspiró Spotlight, ganadora del Oscar– tuvo un impacto demoledor. Sus efectos aún se dejan sentir. Law dimitió en el 2002 y, para eludir a la justicia estadounidense, se refugió en el Vaticano. Su cargo de arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor, que mantuvo hasta el 2011, levantó ampollas entre un sector de fieles. El purpurado falleció hace poco más de un año, sin rendir cuentas ante los tribunales. El Gobierno francés no se resigna a que la violencia se adueñe del centro de las principales ciudades, especialmente en París, sábado tras sábado. “No tendrán la última palabra”, repitió varias veces, anoche, el primer ministro, Édouard Philippe, en alusión a los alborotadores, y anunció severas medidas para restablecer el orden.
Philippe expresó su intención de sacar adelante una nueva ley para sancionar a quienes convoquen manifestaciones no autorizadas y a quienes participen en ellas. También se perseguirá con mayor dureza a los casseurs ,a aquellos que acuden a las protestas con el único propósito de causar destrozos, atacar a la policía y, en algunos casos, efectuar actos de pillaje. Se tomará como modelo la legislación aprobada al inicio de los años 2000 para atajar los disturbios protagonizados por los hooligans, los hinchas más exaltados de los equipos de fútbol. Habrá, asimismo, más inversión en medios y material para la policía.
Es obvio que el Gobierno está alarmado por el cariz que ha tomado la movilización de los chalecos amarillos. El sábado pasado fue la octava jornada de algaradas. Volvieron a verse escenas de guerrilla urbana muy intensas en París, con la quema de vehículos y de material urbano, el incendio de un restaurante y hasta el breve asalto al patio del Ministerio de Relaciones con el Parlamento, lo cual provocó la evacuación del portavoz del Gobierno, Benjamin Griveaux, que tiene sus oficinas en el edificio.
El premier fue entrevistado, en directo, durante el telediario del primer canal francés, TF1. Al presentador no le bastó el anuncio de una futura ley, pues la urgencia de actuar es inmediata. “¿Qué pasará el próximo sábado?”, le inquirió el periodista. Philippe dijo que habrá de nuevo un gran despliegue –80.000 policías en todo el país, 5.000 de ellos en la capital– y la orden clara de practicar numerosas detenciones para frenar la escalada. El jefe del Gobierno indicó que, desde el inicio de este estallido social, ha habido ya más de 5.000 arrestos y un millar de condenas.
Es previsible que el anuncio de una nueva ley sea contestado por el sector radical de los chalecos amarillos y los partidos que flirtean con ellos. Acusarán al Gobierno de limitar la libertad constitucional
INACCIÓN EN ROMA
Juan Pablo II desconfiaba de las acusaciones al ver ánimo denigrador
EL MEA CULPA
Benedicto XVI encaró el problema y se reunió con víctimas
El excampeón de boxeo que atacó a la policía en un puente de París se entrega y queda detenido
a manifestarse. El nuevo despliegue masivo de agentes pondrá a prueba a unos policías exhaustos por la acumulación de tantas misiones delicadas. Ellos se sienten víctimas de la situación. Centenares de ellos han resultado heridos.
Han provocado un gran impacto las imágenes del sábado pasado, en un puente sobre el Sena, en París, en las que se ve a un excampeón de Francia de boxeo profesional –en la categoría de peso crucero, los años 2007 y 2008–, Christophe Dettinger, golpeando con sus puños a un agente y propinando patadas a otro policía. Dettinger, un individuo de gran envergadura, de 37 años, hizo recular a uno de los policías, pese a que este llevaba porra, escudo y casco. El agresor movía sus piernas y brazos como lo hacía en el ring, y lanzaba directos y ganchos demoledores.
La policía buscaba al excampeón desde el sábado. Dettinger decidió entregarse ayer y quedó detenido. Se arriesga a ser condenado a hasta cinco años de cárcel. Antes de ir a comisaria, grabó un vídeo en el que trató de exculparse. Admitió haber “reaccionado mal”, pero justificó su acción por los gases lacrimógenos que había lanzado antes la policía. Los dos agentes presentaron una denuncia. Uno de ellos resultó lesionado y estará de baja dos semanas. Dijo que jamás había vivido algo semejante y que el boxeador lo golpeaba con saña, como si fuera a matarle.