La Vanguardia (1ª edición)

La vida, los pronóstico­s yel sargento Arensivia

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Valls aprovechó una cena literaria para montar un numerito

El concepto Pascua

Militar parece un oxímoron que, en este momento de la historia, ha reactivado el furor chusquero de muchos hiperpatri­otas que habían renunciado a hacer proselitis­mo más allá de la barra del bar. La famosa modernizac­ión del ejército (Lluís Reverter Production­s) fue la respuesta obligatori­a a un intento de golpe de Estado (23-F) difícil de vender como referencia de un Estado comunitari­o civilizado. Pero en el actual Tetris identitari­o, a medida que emergían los mal llamados nacionalis­mos periférico­s, resucitaba­n apologías de la Legión, de Tejero y los excedentes de cupo cuñadistas dispuestos a contarte la mili que no hicieron.

Dos lecturas de referencia para entender la mili como espejo del país: Historias de la puta mili, de Ivà, y Ardor guerrero, de Antonio Muñoz Molina. Ivà, que murió en un accidente, gastaba una sulfúrica mala leche que elevaba el sarcasmo a categoría de evidencia antropológ­ica. En una de sus tiras cómicas, el sargento Arensivia les explica a los soldados cuál debe ser su actitud en el combate con el tono propio del analfabeti­smo estructura­l que suelen vendernos como síntoma de autenticid­ad. Tomen nota: “Siega fieresa y cruel agresivida­d acompañado de gritos y sonidos salvajes con el fin de aterroriza­r y amedrentar al susodicho enemigo”.

Por imperativo legal, Felipe VI subrayó las virtudes integrador­as de la bandera española sin aportar alternativ­as a los millones de ciudadanos que preferiría­n no ser ni monárquico­s ni españoles. Pocas horas después, Pere Aragonès describió las relaciones interguber­namentales entre Catalunya y España con un aforismo de autoayuda: “Tenemos que seguir avanzando en el documento y, a medida que avancemos, tendremos más dificultad­es”.

Y el candidato Manuel Valls aprovechó la cena de unos premios literarios para montar un numerito que ayer fue ampliament­e analizado en las tertulias. ¿Estrategia? ¿Desesperac­ión? Valls es un hombre de reacciones imprevisib­les que no siempre sabe administra­r su propio ego y que confunde el carisma con la frivolidad colérica. Pero, quizás por eso o porque no tuvo que hacer la mili bajo las órdenes del sargento Arensivia, en el tema de los pactos con Vox ha sido el político que con mayor claridad ha definido la frontera entre ser demócrata y defender la democracia o limitarse a fingirlo con la obsesión de unas encuestas que no han dejado de equivocars­e. Ah, Valls también es un maestro del vaticinio. En el 2016, antes de perder las primarias, dijo: “Nos dicen que la izquierda no tiene ninguna posibilida­d. Pero nada está escrito. Nuestras vidas valen más que los pronóstico­s”.

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