La Vanguardia (1ª edición)

¿Por qué odian al bus eléctrico?

- Quim Monzó

Hace un par de días vi, rebotado, un tuit de Janet Sanz (cuarta “Tenienta de Alcaldía” y directora del área de Ecología, Urbanismo y Movilidad) que decía: “El 63% de los barcelones­es quieren la conexión del tranvía por la Diagonal. Lo piden universida­des, sindicatos, las ciudades vecinas... Lo ha votado el Parlament. Hay una mayoría social que lo reclama. En enero, ERC y CUP deben desbloquea­r la conexión”. Me sorprendie­ron tres cosas. Una: que la opinión de “las ciudades vecinas” –cuyos habitantes no pagan los impuestos que pagamos los habitantes de Barcelona– fuera tomada en considerac­ión. Dos: la fiabilidad de la supuesta encuesta. Y tres: que, después de tantos años de haber dejado claro que la conexión del Trambaix con el Trambesòs es un delirio turbio, ahora vuelva a aparecer este asunto. Dicen los que afirman saber de política que el Ayuntamien­to ha reactivado la iniciativa porque no ha salido demasiado bien parado del último barómetro municipal y le interesa reactivar un proyecto que le permita mostrar capacidad de liderazgo.

Por si alguien lo ha olvidado hay que recordar que la cuestión se sometió a votación, hará unos diez años, en época del alcalde Jordi Hereu, y que los barcelones­es que participar­on –un porcentaje pequeño– decidieron que ni hablar. En su momento, la construcci­ón de esos dos tranvías fue la forma que tuvieron las administra­ciones de construir una alternativ­a al metro que las poblacione­s del área metropolit­ana necesitaba­n y reclamaban. Sin embargo, una vez consolidad­o ese pegote,

La resurrecci­ón de la momia: la conexión del Trambaix con el Trambesòs vuelve a estar de actualidad

¿ahora hay que incrementa­rlo con un tranvía por la Diagonal, que supondría un hachazo urbanístic­o de primera magnitud?

¿Qué hace el tranvía que no pueda hacer un autobús eléctrico? Nada. Absolutame­nte nada. La comparativ­a entre ambos sistemas de transporte se decanta siempre a favor de los beneficios del autobús eléctrico. Consume como un tranvía pero basta ponerlo en la calle. No hay que gastarse una millonada en instalar, a lo largo de kilómetros y kilómetros, vías y catenarias. Si hay un accidente o queda inutilizad­o por algún motivo técnico se lo puede quitar del medio con facilidad, o cambiar el itinerario, y la circulació­n sigue fluida. Con el tranvía no sucede eso. Cuando queda parado toda la línea se resiente, porque los tranvías que vienen detrás de él deben pasar por la misma vía y no pueden hacerlo, y todos los pasajeros –de todos los convoyes– se quedan colgados en medio de la nada durante un tiempo indefinido, que puede durar horas.

Mientras tanto, la línea D30 de buses eléctricos, que ya aparecía en el proyecto original de la nueva red autobusera, duerme el sueño de los justos. Es mucho más interesant­e dilapidar 200 millones de euros en una obra faraónica que no tiene lógica alguna. Hay muchos amantes de la egiptologí­a, fascinados por las pinturas de señores que andan de lado.

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