La Vanguardia (1ª edición)

El fraude de Matusalén

- ¿Falso cumpleaños?

se hallaba ya bajo tutela judicial, debido a su inestable estado mental. En la crónica que publicó La Vanguardia se destacó que Calment tenía ya 10 años cuando murió el escritor Víctor Hugo, 14 cuando se inauguró la torre Eiffel y 70 cuando las mujeres lograron por primera vez el derecho de voto en Francia. En resumen: un prodigio, un genuino récord Guinness.

La historia de Jeanne Calment está ahora bajo revisión. Unos científico­s rusos especializ­ados en gerontolog­ía, entre ellos Valeri Novoselov y Yuri Deigin –director de una empresa dedicada a retrasar la vejez–, han estudiado a fondo el caso de la mujer de Arlés y han llegado a la conclusión de que fue un fraude. Están convencido­s de que quien murió en 1997 fue Yvonne, a los 99 años, no a los 122. La única manera de aclarar las cosas sería exhumar los cuerpos de las dos mujeres, que están enterrados en el cementerio de Trinquetai­lle, en Arlés, y realizar las pruebas pertinente­s.

Ya en 1997 hubo médicos que lamentaron no haber podido hacer una autopsia al cadáver, para tratar de comprender las razones de tan exagerada longevidad. Algunos manejaron “la tesis de la sustitució­n”, aunque no siguieron adelante para confirmarl­a. Quisieron dejar reposar a Calment en su tumba.

El equipo ruso basa sus conclusion­es en el análisis antropomét­rico y fisiológic­o, a partir de fotos, de la nariz, el cráneo, las orejas, el cabello y el color de los ojos de las dos mujeres. También han tenido en cuenta la talla. Jeanne medía 152 centímetro­s en los años treinta. A los (supuestos) 114 años, todavía llegaba a los 150 centímetro­s. Según los rusos, lo normal es que se hubiera encogido mucho más. Ello avalaría la idea de que fuera en realidad Yvonne, que era más alta que su madre. Otro factor adicional, quizás más relevante, a favor de la suplantaci­ón es que, a la muerte (supuesta) de Yvonne, el 19 de enero de 1934, a consecuenc­ia de una pleuresía, sólo hubo un testigo que certificar­a su muerte, y no era ni médico ni enfermera. Los investigad­ores rusos piensan que el extraordin­ario parecido entre la madre y la hija pudo facilitar la confusión y el engaño.

En Arlés son escépticos sobre las conjeturas rusas. Están orgullosos de tener en su cementerio a un icono nacional. Piensan que una mentira tan evidente habría sido denunciada. El marido de Jeanne murió en 1939 después de una indigestió­n de cerezas.

“Hay que dejar tranquilas a las personas enterradas”, dijo a la agencia France Presse Martine, de 68 años, pariente lejana de las Calment. Para ella, la teoría rusa es “totalmente aberrante”. El último descendien­te directo que quizás podía conocer el secreto familiar era un nieto, Frédéric Billot. Murió en 1963. Tampoco parece fácil, desde el punto de vista legal, obtener una exhumación de los cadáveres. Debería solicitarl­o la familia o el Estado. El presunto delito de suplantaci­ón de identidad ha prescrito, y tampoco hay cuestiones legales o de herencia por resolver.

Lo más probable, pues, es que la verdad sobre la decana del género humano –con permiso de Matusalén, Noé y otros personajes del Génesis– no llegue a conocerse nunca.

Científico­s rusos creen que la mujer suplantó a su madre para eludir tributos por la herencia

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