La Vanguardia (1ª edición)

Borrell en Europa

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El día en que los meteorólog­os anuncian una masa polar que hará bajar la temperatur­a diez grados, Pedro Sánchez plantea la idea de enviar a Borrell a las europeas. Nunca se sabe con los líderes políticos, que a veces dejan caer globos sonda para ver cómo reacciona el cuerpo social, pero de momento algo está claro: el bueno de Sánchez nos ha querido preparar para las bajas temperatur­as con una opción que deja helados a muchos.

Helados o calentitos, porque si alguna virtud tiene Borrell, Pepe para los amigos, es su capacidad de subir la temperatur­a ambiental hasta quebrar el termómetro, tan dotado del arte de la provocació­n que puede considerar­se un maestro. El presidente asegura que es un gran ministro de Exteriores, pero eso también puede formar parte de la estrategia de patada hacia arriba. Es decir, promociona­rlo para sacarlo del ministerio. Al fin y al cabo, vista su calamidad ministeria­l, con una ristra de escándalos diplomátic­os a su paso, quizás el Sánchez quiere hacer un Clos. ¿Se acuerdan? Como la cosa no iba bien como alcalde, lo promociona­ron a ministro para liberar la alcaldía de Barcelona; como la cosa iba peor, lo promociona­ron

Borrell es el socialista que más trabaja para dinamitar puentes y demonizar a millones de catalanes

a embajador de Turquía; y al final, visto el estropicio, lo enviaron a representa­r a las ciudades en la ONU, o algo así, lo cual se traduce en despacho grande y sueldo indecente, de manera que quizás Clos era el más listo del partido. Es lo de aquel principio famoso que asegura que toda persona puede llegar a su nivel máximo de incompeten­cia.

Por supuesto, repetiremo­s la letanía: Borrell es inteligent­e, es culto, tiene buena planta, habla de perlas, es tan, tan, que cualquiera podría imaginarlo como el yerno perfecto. O como suegro. Pero después le sale el broncas que lleva dentro, descalific­a, provoca, quiebra la finezza mínima que sería exigible a un representa­nte público y le sale la naturaleza borroka que siempre lo definió. ¿De qué sirve saber articular buenas frases, si son para molestar, descalific­ar, ensuciar, embrutecer la política? Y eso es Josep Borrell, un entusiásti­co Atila que deja la tierra quemada a su paso. En el caso catalán, es el socialista que más ha trabajado para abrir grietas, dinamitar puentes y demonizar a millones de catalanes. De ahí que la hipótesis de que su nombramien­to para Exteriores no viniera de la decisión del propio Sánchez sino de la imposición del Deep State, ese que, respecto a Catalunya, continúa mandando alegrement­e, tenga mucho sentido.

En fin, quedan días, semanas y mucho ruido antes de conocer a todos los candidatos, y en el intervalo viviremos la enorme sacudida del macrojuici­o a Catalunya. Por supuesto, Borrell no estará callado, de manera que hará puntos en su carrera hacia algún lugar. Pero, a no ser que los milagros existan, lo normal es que Borrell abra más grietas y quiebre más puentes. Que lo haga desde Madrid o desde Bruselas es simple geografía.

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