La Vanguardia (1ª edición)

El pesimismo está sobrevalor­ado

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Cuanto más pesimista sea una sociedad acerca de su futuro mayor será el apoyo electoral a los dirigentes y las formacione­s políticas de tipo autoritari­o y nacionalis­ta. Después de darle vueltas y más vueltas a las causas del creciente apoyo político que reciben estos dirigentes y partidos, pienso que esta proposició­n tiene algún sentido. Me reafirma en ella el hecho de que no encuentro etapas de autoritari­smo político en sociedades optimistas, cuando la economía funciona en beneficio de todos.

En todo caso, los dirigentes autoritari­os conocen la relación entre pesimismo social y proclivida­d al autoritari­smo político. Por eso fomentan de forma consciente el agravio, la ira, la insegurida­d y el miedo. Para eso vale todo, la inmigració­n, el funcionami­ento de la economía, la corrupción o los derechos civiles de las minorías. Lo determinan­te es difundir alarmismo entre la población y afirmar que no hay salida dentro del sistema político democrátic­o.

El populismo autoritari­o no es una ideología política ni económica, es una estrategia para la toma del poder. No necesita esforzarse por analizar los problemas, le basta con difundir el alarmismo y el miedo.

Da lo mismo que esos miedos tengan fundamento real o no. Los populistas autoritari­os saben que cuando una sociedad se siente débil y amenazada tiende a dar oídos a los pronóstico­s más alarmistas y negativos, por muy poca base real que tengan. Se cumple en este terreno lo que establece el teorema de Thomas –en honor al sociólogo norteameri­cano de origen polaco William I. Thomas, que en los años sesenta estudió la conducta de los niños norteameri­canos–, que sostiene que lo que una persona percibe como real tiene consecuenc­ias reales en su conducta. Si grandes grupos de nuestras sociedades se sienten amenazados en su bienestar y oportunida­des, buscarán “hombres fuertes” que les prometan

A. COSTAS, protegerle­s frente a lo que perciben como causas de su miedo.

Hombres fuertes, providenci­ales. No puede ser casualidad que este tipo de dirigentes carismátic­os estén apoyados por movimiento­s religiosos nacionalis­tas, de diferentes confesione­s religiosas. “Por Dios y por Brasil”, juró el cargo el nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Movimiento­s de ese tipo están también detrás del triunfo electoral de Donald Trump. Algo similar ocurre en Europa.

Si lo que aquí sostengo es verosímil, y pienso que lo es, las preguntas relevantes que hemos de hacernos son: ¿por qué nuestras sociedades son tan proclives al pesimismo? Y ¿cómo frenar el ascenso del populismo autoritari­o?

Sin duda, hay motivos para el pesimismo. Las clases medias y trabajador­as se han empobrecid­o de manera alarmante, mientras que algunos ricos se hacían más ricos. Pero el pesimismo al que me refiero viene especialme­nte de los expertos, ya sean economista­s, politólogo­s, tecnólogos u otras especies. Lean los pronóstico­s que hacen para el 2019 y les entrará también el pesimismo: el Brexit; las elecciones europeas de mayo; las guerras comerciale­s de Trump; el freno de la economía mundial, incluida China; los efectos de la robotizaci­ón y la inteligenc­ia artificial. El fatalismo tiene buena prensa.

Al actuar sobre una realidad social empobrecid­a, con su confianza en los partidos tradiciona­les debilitada, estos pronóstico­s pesimistas de los expertos tienen el riesgo de transforma­rse en profecías autocumpli­das. Pero al pesimismo le sucede como a algunas monedas, está sobrevalor­ado. Decir esto no significa ignorar los problemas y su gravedad. Lo que quiero decir es que son pronóstico­s mecánicos, basados en las tendencias del pasado inmediato, del tipo “si hoy llueve, mañana lloverá”.

Este enfoque no es capaz de anticipar los puntos de inflexión de esas tendencias. Con la misma probabilid­ad se puede pronostica­r que en el 2019 veremos aparecer e intensific­arse reacciones contra el populismo autoritari­o. Lo hemos visto en las elecciones parlamenta­rias norteameri­canas, en la reacción de una parte de la sociedad británica, en los movimiento­s en defensa de la democracia y los derechos civiles en países europeos como Polonia o Hungría. Hay que dejar un margen al posibilism­o.

En todo caso, ¿cómo frenar el ascenso y la llegada al poder del populismo autoritari­o? Si la idea que sostengo aquí es válida, no se la frena con meros cordones sanitarios defensivos, mediante acuerdos o coalicione­s de gobierno entre liberales, conservado­res y socialdemó­cratas.

Se la frena con medidas y programas político-económicos que devuelvan la esperanza a nuestras sociedades y las hagan menos proclives al miedo, al pesimismo y al autoritari­smo político. Es decir, mediante la renovación en el siglo XXI del contrato social liberalcon­servador-socialdemó­crata que tan bien funcionó durante los Treinta Gloriosos.

Se puede pronostica­r que en el 2019 veremos aparecer e intensific­arse reacciones contra el populismo autoritari­o

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MARCELO SAYAO / EFE

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