La Vanguardia (1ª edición)

Toda la poesía es luminosa

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Dediqué la mañana del primer día del año a pasear por caminos de bosque en los aledaños de mi pueblo, y me llevé, como compañeros de ruta, un par de libros. El de poesía era Los surcos de la sed, de Eugénio de Andrade, traducido por el poeta José Ángel Cilleruelo: “Toda la poesía es luminosa, hasta / la más oscura. / El lector es quien a veces, / en lugar de sol, dentro tiene niebla”.

Pensé que ojalá este año –que tiene un número muy bonito: el 19– surjan nuevos lectores para el género. En realidad iba a tomar prestado, para este artículo, el título de un texto muy conocido de Valéry, Necesidad de la poesía, pero enseguida caí en la cuenta de que era mejor recurrir al verso del portugués. Y en esas que recordé un par de artículos muy jocosos del Londres de Julio Camba, en que el gallego bosqueja la figura de un poeta absorto en plena City londinense. Aparta de mí este cáliz, vienen a decir los agentes de bolsa que se cruzan con él, una de esas cabezas llenas de pájaros y metáforas: “Esa gente dice cosas terribles de una manera muy dulce. No respetan el orden social y se proclaman reyes dentro de sus andrajos”.

Por cierto, Cilleruelo, que es un enorme poeta, incluyó en su libro Maleza (1995) un poema sobre el día de hoy, nueve de enero. Y es que, gracias al anzuelo de su traducción de Andrade, reparé en que llevaba tiempo sin frecuentar su propia obra, por lo que me sumergí de nuevo en ella. Y quedé literalmen­te atrapado en un soneto de Formas débiles (2004) cuyo pretexto es un sinfín de prendas de ropa tendidas en la cuerda de una azotea: “La ropa absorbe el sol”. Ocurre que, cuando las nubes cubren el cielo, la sensación de desamparo es total –y, por obra y gracia de la iluminació­n lírica, hermosa–: “Hoy miro la azotea y en plena lluvia / veo la ropa limpia que cimbrea / empapada en su vano colorido”.

Creo que el recuerdo de esa potente imagen permaneció prendida en mi conciencia. De modo que en mi reciente –y habitual– viaje navideño a Segovia, y en la imprescind­ible visita anual a la Casa Museo Antonio Machado, la relacioné con los dos versos finales de El hospicio. Algunos rostros pálidos se acercan a un ventanuco a contemplar “caer la blanca nieve sobre la tierra fría, / sobre la tierra fría la nieve silenciosa!”. Para todo eso sirve la auténtica poesía: para descubrir la esencia de nuestra condición.

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