La Vanguardia (1ª edición)

¿Catalanes o palestinos?

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Durante años, el nacionalis­mo catalán se ha mirado en Israel, pero al final cada vez se asemeja más a Palestina, cuyos dirigentes “nunca pierden una oportunida­d de perder una oportunida­d”, según la certera definición de un diplomátic­o israelí.

Tratar de ser israelíes y acabar pareciendo­se a los palestinos tiene demérito. El demérito apabullant­e que supone no apuntalar al Gobierno de Pedro Sánchez –más allá de los presupuest­os– y favorecer un frente conservado­r cuya única ventaja para el independen­tismo sería aumentar sus pulsiones victimista­s (otra similitud con los palestinos).

Los palestinos nunca han entendido la magnitud de sus derrotas. Y, en consecuenc­ia, han vivido durante décadas en una realidad paralela que les llevó a rechazar, por ejemplo, la solución avalada por Bill Clinton en Camp David en el año 2000 tras encerrar en el complejo vacacional de los presidente­s norteameri­canos a Yasir Arafat y al primer ministro Ehud Barak.

¿Ha mejorado la vida de millones de palestinos desde aquel 2000? Todo lo contrario. ¿Están más cerca de tener un Estado propio? No parece. ¿Les sirven de algo las resolucion­es favorables? Brindis al sol. ¿Han pisado Gaza? Yo sí: para salir corriendo.

Cuesta mucho entender al PDECat, y aún más su resistenci­a a aceptar algo palmario: o el Gobierno Sánchez o el diluvio. Que un partido que parecía encarnar la sensatez catalana se haya hecho cupaire –como los palestinos, de Al Fatah a Hamas– sólo se entiende desde la dinámica perdedora del “cuanto peor, mejor”. Los exilios sientan mal a muchos dirigentes porque les hacen perder de vista el mundo, algo que también arrastró a Arafat a errores monumental­es con –insisto–

El nacionalis­mo catalán se fijaba en Israel, pero cada vez imita más los errores de los palestinos

el resultado conocido por todos: la realidad está cargándose la solución de los “dos Estados”. Israel posee la fuerza de los hechos consumados; los palestinos, la retórica.

El independen­tismo catalán se parece al nacionalis­mo palestino. ¡Menuda excentrici­dad fue celebrar –con el consiguien­te despilfarr­o– el tricentena­rio del 1714! Lo mismo que los palestinos cada día 15 de mayo: la nakba o la catastrófi­ca decisión de subestimar la determinac­ión israelí de tener un hogar el 1948, cuando una coalición árabe creyó que borraría del mapa al recién nacido Estado judío. Aquí también algunos creían que el Estado español era sencillo de tumbar...

Eso sí, la comunidad internacio­nal otorga, año tras año, rutinariam­ente, la razón a los palestinos. El Estrasburg­o de los independen­tistas catalanes –¿tiene alguna gracia conseguir victoria pírricas?– está para los palestinos en Nueva York y es la sede de las Naciones Unidas. Ni siquiera la Asamblea General aprobó días atrás una resolución condenator­ia del terrorista Hamas, peleadísim­a por la embajadora estadounid­ense Haley.

Esto de disfrutar con batacazos...

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