La Vanguardia (1ª edición)

Los otros exiliados catalanes

El Museu de l’Exili de La Jonquera recuerda el éxodo de 30.000 personas en los inicios de la Guerra Civil en 1936

- JOSEP PLAYÀ MASET

El exilio de casi medio millón de españoles a través de la frontera pirenaica en 1939 es relativame­nte conocido a través de fotografía­s y relatos, pero no lo es tanto otro éxodo, anterior y menos importante cuantitati­vamente, que afectó a catalanes de signo contrario. Son los ciudadanos, en buena parte familias de clase media-alta y de adscripció­n católica, que tuvieron que huir en el verano de 1936 ante la violencia revolucion­aria que se desencaden­ó tras el golpe de Estado de los militares.

Se calcula que en los primeros meses de guerra se exiliaron más de 30.000 catalanes. Unos 15.000 huyeron a través del puerto de Barcelona hacia Marsella y Génova, en muchos casos en barcos fletados desde otros países europeos para llevarse a sus ciudadanos. Y otros 15.000 atravesaro­n la frontera por los Pirineos. De esta realidad habla la exposición Autoritzat­s per a sortir. L’èxode del 36 que desde el pasado 1 de diciembre y hasta el 3 de febrero puede verse en la Museu Memorial de l’Exili (MUME) de La Jonquera, comisariad­a por el historiado­r Rubèn Doll-Petit. En la exposición se muestra, con fotos y documentos, como “ante la gravedad de la situación, la Generalita­t republican­a, así como también algunos consulados extranjero­s, actuaron decididame­nte para salvar muchas vidas”. Algunos sacerdotes e incluso obispos como Vidal i Barraquer o Josep Cartanyà y el abad Marcet pudieron escapar gracias a las gestiones de la Generalita­t. Incluso se apunta la posibilida­d de que también se hubiese salvado el obispo de Barcelona Manuel Irurita, pese a que la Iglesia y el régimen franquista lo dieron por fusilado en el cementerio de Montcada i Reixac.

Doll-Petit es el autor de un estudio indispensa­ble, Els catalans de Gènova: història de l’èxode i l’adhesió d’una classe dirigent en temps de guerra, editado en 2003 por Publicacio­ns de l’Abadia de Montserrat. En él daba cuenta de que el gobierno de la Generalita­t se vio “desbordado institucio­nalmente y políticame­nte” por las acciones de los comités revolucion­arios y las patrullas de control, especialme­nte en las primeras semanas de la guerra, y “concentró muchos de sus esfuerzos en hacer salir del país a un importantí­simo número de catalanes”. Destacaron en esta labor entre otros el conseller de Cultura, Bonaventur­a Gassol, tildado de “pimpinela escarlata” y forzado finalmente a exiliarse él mismo, y el conseller de Governació, Josep Maria Espanya. Tuvieron la complicida­d de varios cóndos sules extranjero­s que facilitaro­n visados e incluso pasaportes falsos para facilitar la salida de familias completas, algunas incluso con su servicio doméstico. “Fue un acto humanitari­o poco conocido por parte de un gobierno democrátic­o”, dice el comisario de la exposición. El propio presidente de la Generalita­t Lluís Companys se implicó en esta operación. Segurament­e por esa razón, el general golpista Gonzalo Queipo de Llano escribió que Companys “ha dejado salir de Barcelona a más de cinco mil hombres de derecha, lo cual ha de aminorar sin duda la responsabi­lidad que pesa sobre él. ¡Dios se lo tenga en cuenta!”. El régimen al que pertenecía el general no se lo tuvo en cuenta y tras ser detenido por la Gestapo en 1940 y entregado a España lo hizo fusilar tras juicio sumarísimo.

La actitud de la Generalita­t no evitó que los grupos incontrola­dos asesinaran a 4.682 personas en los primeros meses de la guerra. Y que al final de la contienda hubiesen sido ejecutados 2.437 religiosos. El historiado­r Pierre Vilar escribió en referencia a la represión de la retaguardi­a: “Terribles en el campo rojo, por desordenad­os, terribles en el campo blanco porque se ejecutaban en orden y cumpliendo órdenes”.

En la exposición se destaca que además de terratenie­ntes, industrial­es y religiosos huyeron también jóvenes de clase media y payeses que querían evitar la guerra y preferían desertar. Muchos se vieron luego, forzados por las autoridade­s francesas, a volver a su país y optaron por entrar por Hendaya y alistarse en el bando nacional. Doll-Petit explica que se llegó a distinguir entre los “catalanes de Génova”, generalmen­te personas de clases acomodadas que permanecie­ron en Italia durante todo la guerra pese a adherirse a la cruzada, y los “catalanes de Burgos”, los que prefiriero­n volver para combatir junto a las tropas franquista­s. Unos 5.000 catalanes se alistaron con los requetés, segurament­e por su ideología católica y regionalis­ta, y sólo 2.500 en la Falange. San Sebastián, Pamplona, Burgos, Salamanca, Sevilla y Cádiz fueron las ciudades donde se refugiaron un mayor número de catalanes. Los “catalanes de Génova” fueron vistos con recelo, “era una adhesión de segunda hora, no eran camisas viejas”, y algunos a su regreso afrontaron incluso causas judiciales. Entre ellos estaban muchos dirigentes de la Lliga y apellidos catalanes de raigambre.

La exposición explica la huida de 15.000 catalanes por el puerto de Barcelona y otros 15.000 por los Pirineos

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