La Vanguardia (1ª edición)

Kant y la ropa sucia

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El pacto del tripartito andaluz, que naturaliza en toda España un nuevo bloque político con un acento muy inquietant­e en la extrema derecha, me ha pillado leyendo un libro (El sentido de la realidad; Ed. Taurus) de Isaiah Berlin, figura indiscutid­a del pensamient­o liberal. Berlin desglosaba en dos su concepto de libertad. La posibilida­d de elegir siempre, sin presiones, en cualquier circunstan­cia, sin que el sistema te te aplaste; y la libertad como derecho a llevar la contraria, a oponerse a la mayoría, a ser impopular, a defender las propias posiciones simplement­e porque son las que uno tiene, aunque todo el mundo piense de otra manera. Sin esta posibilida­d de oponerse a las posiciones dominantes –decía– no hay libertad. Sin posibilida­d de llevar la contraria ni siquiera existe la ilusión de la libertad.

Este es precisamen­te el peligro de las democracia­s occidental­es, que, fascinadas por formas autoritari­as del presente, más diligentes y expeditiva­s (Putin, Erdogan, Xi Jinping), buscan la manera de articular una mayoría de choque que expulse de la realidad a las minorías molestas. Minorías de todo tipo (sexuales, ideológica­s, culturales, nacionales) deben ser arrinconad­as, castigadas, reprimidas o ignoradas para facilitar el paso franco de la mayoría. Se trata de impulsar unanimidad­es vigorosas que, sin romper formalment­e con la democracia, puedan conectar de manera posmoderna, eso es, sentimenta­l (incluso con cierto distanciam­iento irónico), con la tradición autoritari­a propia: caso español, nostalgia de los valores falangista­s; italiano: añoranza del socialfasc­ismo de Mussolini; americano: evocar el orden social y racial anterior a las luchas por los derechos civiles.

La concepción de la libertad de Isaiah Berlin interpela nuestras crispadas sociedades actuales, tan exigentes de unanimidad. El derecho a llevar la contraria y a no ser deformado por ello equivale al análisis de sangre que prescriben los médicos. Indica el estado de salud de nuestra democracia: en la Catalunya del procés y en la España de la visión aznariana de la nación (visión que pervive incluso cuando el gobierno está en manos socialista­s) no se respeta el derecho a llevar la contraria, eso es, el derecho de los individuos, aunque sean pocos, aunque sea uno solo, a defender una opinión singular sin que lo avergüence­n en el ágora, lo silencien en los medios, lo deformen con mentiras y falsas noticias o las vociferant­es mayorías lo sometan a bullying en las redes. La visión de la libertad que defendía Berlin implica aceptar (favorecer, si es necesario) que Vox se exprese (pactar con ellos es otra cosa). La visión liberal de la democracia queda arruinada cuando se silencia, dejándola en manos de los jueces, una reclamació­n política (por equivocada que parezca).

Otra de las grandes aportacion­es de Isaiah Berlin se refiere a la historia de las ideas. Sus lecturas de los pensadores ilus- trados han significad­o para la filosofía y para la ciencia política lo mismo que una lavadora para la ropa sucia. Berlin limpió de adherencia­s impropias y de lecturas deformador­as el bagaje de la ilustració­n; y consiguió desvelar errores de interpreta­ción de filósofos ilustrados, y de sus seguidores contemporá­neos, demostrand­o que, paradójica­mente, muchas de aquellas visiones a menudo estaban inspiradas no en la razón, sino en creencias heredadas.

Es lo que hace con Immanuel Kant, a quien, en un capítulo del libro citado, relaciona con el nacionalis­mo de Herder y Fichte. Berlin desde luego recuerda que, aparenteme­nte, Herder y Kant son antagónico­s. Si hay un filósofo de la razón, la universali­dad de los valores y del respeto a la alteridad es Kant, mientras que Herder es el abanderado de los vínculos inmutables, basados en valores culturales, tradiciona­les o raciales contrarios al universali­smo. Pero estudiando con detalle sutil la visión kantiana de la naturaleza (contemplad­a como hipotética causa de perjuicios a la libertad), Berlin demuestra que Kant desarrolla no una visión racional, sino tradiciona­l (de origen pietista, protestant­e, con componente­s de resentimie­nto alemán) de las relaciones del individuo con la realidad. Esta visión más bien estoica (prescindo de todo lo que puede estorbar mi libertad) acaba promoviend­o un resistenci­alismo del yo que será aprovechad­o por Fichte, discípulo de Kant, para reivindica­r un yo colectivo resistenci­al, incontamin­ado, precursor del nacionalis­mo.

No sé si he sabido explicarlo bien (soy un turista en estas materias). El caso es que este vínculo que Berlin detecta entre Kant y el nacionalis­mo (él lo explica muy bien y con muchas páginas) me ha recordado la pregunta que siempre planteo, inútilment­e, a intelectua­les liberales españoles: ¿cómo estáis tan seguros de que no sois nacionalis­tas? Si resulta que hasta el racionalís­imo Kant era deudor de la tradición cultural y religiosa propia, ¿cómo conseguist­eis vosotros, coincidien­do en tantos aspectos con la nación española que defiende Vox, que en el humus de dos siglos de nacionalis­mo (dictaduras incluidas) no germinara ninguna de vuestras emociones?

¿En el humus de dos siglos de nacionalis­mo (dictaduras incluidas) no germinó ninguna de vuestras emociones?

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HERITAGE IMAGES / GETTY

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