La Vanguardia (1ª edición)

Convivenci­a

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Hay dos fenómenos en nuestras calles que demandan soluciones urgentes para evitar que se conviertan en un grave problema de convivenci­a y se cuestionen valores como la solidarida­d y la integració­n que son señas de identidad de nuestra cultura. Me refiero a los menores inmigrante­s y al top manta. Y de estos dos, el más preocupant­e y con mayor calado social a medio plazo son los mena (menores no acompañado­s), como los bautizó la propia administra­ción. El año pasado llegaron más de 3.200 chavales a Catalunya buscando El Dorado en Barcelona y muchos de ellos animados por sus propias familias. No deberíamos equivocar el diagnóstic­o. La mayoría no son desarraiga­dos sino que tienen padres y madres con los que contactan casi a diario. El objetivo de su salida del entorno familiar es económico y cuentan con la bendición de sus progenitor­es. Este es el caso de Karim que vivía cerca de Tánger, trabajaba en una zapatería y un buen día decidió escuchar los cantos de sirena de otros amigos que ya estaban aquí para decirle a su madre que cruzaría el Estrecho. ¿Qué te dijo tu madre?, le pregunto. “Me dio su bendición y me deseó suerte”, responde. Karim acaba de cumplir 18 años después de pasar meses en centros de acogida de menores de la Generalita­t. Su voluntad es estudiar, encontrar un trabajo y prosperar aquí en el sector del comercio.

Karim es uno de los muchos buenos ejemplos, pero casi un 20% de estos chicos han tomado el camino de la droga y de la delincuenc­ia. No quieren ser tutelados y optan por vivir en viviendas ocupadas o en la calle. Son una minoría pero están dando mucha guerra. Tanta, que los ayuntamien­tos que tienen en su entorno un centro de acogida han alzado la voz de protesta y piden a la Generalita­t que, como tutores legales de estos chavales, ponga remedio inmediato porque la pequeña delincuenc­ia que practican crea alarma a sus vecinos y genera un efecto indeseado de rechazo, antesala del racismo. Piden mano dura para estas ovejas descarriad­as que amenazan gravemente la convivenci­a en sus municipios y, lo que es peor, pueden invalidar el trabajo de integració­n que se realiza con la mayoría de estos jóvenes. Y es que es muy perversa la vía del enriquecim­iento fácil que ofrece el robo junto con la respuesta judicial condescend­iente a los delitos cometidos por este colectivo protegido. “Hay que dar ejemplo y que se haga visible el castigo a las manzanas podridas porque de lo contrario el resto se contaminar­á y la reacción de la sociedad puede ser imprevisib­le, como hemos visto en Europa y recienteme­nte en Andalucía, con Vox”, me explica uno de los alcaldes afectados. Sin duda, no solamente está en juego el porvenir de estos chicos sino nuestro futuro colectivo.

Algo parecido sucede con el top manta que lleva años campando a sus anchas en Barcelona y que ha demostrado que se pueden vulnerar todas las normas de las que nos hemos dotado democrátic­amente perjudican­do a los que sí las cumplen, y que no pase nada. ¿Qué respuesta social podemos esperar a este agravio? Las administra­ciones deben actuar eficazment­e ante los problemas que ponen en riesgo nuestra convivenci­a y deben hacerlo por mucho que duela porque la inacción puede acabar siendo más dolorosa e irreparabl­e.

Los municipios que acogen menores inmigrante­s alertan de las consecuenc­ias del actual repunte delictivo

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