Tricicle, 40 años compartiendo
Empezamos en el 79 compartiendo una barra de maquillaje blanco, un lápiz de ojos negro y un frasco de desmaquillante transparente en el camerino compartido del Llantiol, y hemos acabado compartiendo una vida en la que hemos pasado más fines de semana juntos que con nuestras familias, lo que nos ha convertido en más hermanos que amigos.
Durante estos casi cuarenta años hemos compartido sueños irrealizables que han acabado materializándose, tremendas pesadillas que han resultado reales y sueños simples, de los que te llevan a dormir hecho un gurruño en el único rincón libre de una furgoneta también demasiado compartida.
Hemos compartido miles de kilómetros de viajes a ninguna parte en camionetas de sexta mano que iban a paso de tortuga y otros muchos miles más en coches que corrían como liebres por una red viaria que iba creciendo con nosotros. Hemos compartido trenes cada vez más afilados que han sido espectadores de los avances de la telefonía móvil y hemos compartido barcas, barcos, patines a vela, ascensores, avionetas, hidroaviones, síndromes de la clase turística y, con el tiempo, los privilegios de la zona ejecutiva de los
PACO MIR, JOAN GRÀCIA Y CARLES SANS (TRICICLE) vuelos transoceánicos. Hemos compartido estudios, apartamentos, pisos, casas, colchones desparramados en aulas de colegio, tiendas de campaña, camas dobles para tres, fondas, hoteles de estrellas en número creciente y hotelazos en los que hemos compartido con los residentes (y sin querer) los muchos libros, plumas y cargadores que hemos ido perdiendo a lo largo y ancho de todas las geografías posibles.
Hemos compartido bocatas, bocadillos, sándwiches, frescos y duros, menús baratos, menús gastronómicos y menús para olvidar; picapicas, cócteles y caterings, de los buenos y de los de estricta supervivencia; hemos compartido desayunos por la carretera, paellas memorables de nuestros técnicos valencianos, y cenas interminables que nos han obligado a compartir alkazeltsers.
Hemos compartido sonrisas, risas y carcajadas con esos amigos íntimos con quienes nos hemos ido reencontrando cada cuatro años, que es la duración aproximada de la órbita de nuestros espectáculos.
Hemos compartido restaurantes fieles con cocineros sin prisa por cerrar, restaurantes innovadores con estrellas fugaces y tristes servicios de habitaciones en los que se ha estrellado nuestro apetito. Hemos compartido dudas, preocupaciones, nervios y alegrías de estreno. Hemos compartido euforias, malos rollos y ese momento de no entender nada cuando un crítico, en tu primer espectáculo, te recomienda que te retires. Hemos compartido las ganas de no retirarnos, de querer demostrar que teníamos mucho por hacer, hemos compartido ganas de comernos el mundo, de crecer por nuestros propios medios –que es una cosa que la administración siempre nos ha puesto fácil–, y hemos compartido el engrudo con el que enganchábamos nuestros propios pósters, los que anunciaban esos tres únicos días de Manicomic en la sala Villarroel, que nos convencieron de que éramos una compañía.
Hemos compartido horas y horas y horas en aeropuertos, rodajes, salas de grabación, salas de montaje, salas de espera, camerinos, programas de radio en los que hemos tenido que explicar cómo empezamos “a pesar de que seguramente ya lo sabe todo el mundo” y hemos pasado horas y horas posando para la prensa, sin duda la parte de la promoción que peor llevamos, incluso para los que nos piden que “hagamos alguna tontería”.
Hemos compartido horas y horas y horas de exposiciones, de cines de madrugada y de espectáculos cómicos que hemos visto con cara de palo porque como público lo peor de lo peor. Hemos compartido aventuras estrambóticas, libros, música en casettes, cumpleaños en todos los idiomas y hospitales, de los malos y de los buenos, porque también hemos compartido hijos que han ido creciendo mientras nosotros estábamos en otro sitio.
Hemos compartido incendios y alarmas de bombarderos en hoteles, inundaciones, tormentas de nieve, más incendios en el teatro, apagones en mitad de una función, triunfales ceremonias olímpicas por las que nadie apostaba, partidos del Barça en los camerinos, actuaciones migrañosas, máquinas de afeitar, nuestros propios programas de radio, series con gran audiencia, películas, libros y esa broma tan graciosa que nos hacen cuando vamos sólo dos: “hoy tenemos a la bicicleta”. Hemos compartido un montón de cosas, muchas más de las que podemos recordar, y todas las hemos compartido con un equipo con el que hemos trabajado codo con codo, codos más cortos para los técnicos que comparten nuestro día a día, y codos elásticos para llegar al equipo que, desde nuestra oficina, controla el qué, el cómo, el cuándo y el dónde de nuestro calendario. Hemos compartido un montón de cosas y lo mejor de todo es que hemos tenido muchísimo público para compartirlas, público que nos ha compartido con sus hijos y sus nietos en busca de una de las experiencias vitales más gratificantes, compartir una risa, que es el resultado de un oficio al que seguiremos dedicándonos siempre; un oficio tan agradecido como ignorado por los corrillos culturales: hacer reír.