La Vanguardia (1ª edición)

El cielo con la mano

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El culebrón sobre qué hará el independen­tismo con los presupuest­os sólo tiene sentido por el cambio imprevisto que se produjo en la gobernabil­idad a raíz de la moción de censura. Desde el comienzo y hasta el fin de la etapa de ceniza de Rajoy en la Moncloa, la fuerza negociador­a de la Generalita­t con el Estado era la enorme presión que le transfería un movimiento soberanist­a que desprendía optimismo. Era mucha presión, muchísima, y ha tenido suficiente capacidad de degradació­n de un sistema renqueante, pero contaba al mismo tiempo con una influencia parlamenta­ria limitadísi­ma. En Madrid los diputados del nacionalis­mo podían hacer oposición, que es una forma necesaria de hacer política, pero en la práctica no podían negociar. El gobierno conservado­r, dicho en plata, no los necesitaba, y así no hacía nada para evitar que el bloqueo institucio­nal se fuera enquistand­o en Catalunya.

La circunstan­cia actual, en cambio, no se había producido durante todos los años del procés. Hay que aprender a jugarla. Y no es fácil.

La oportunida­d actual, precaria y huidiza (no nos engañemos), se produce en unas condicione­s de enorme descomposi­ción de la gobernanza y de estrategia plausible del movimiento independen­tista. Es así por la represión y la incertidum­bre angustiant­e del juicio contra los líderes de la última fase del procés, doblada de indignació­n por el alargamien­to sin justificac­ión de la prisión preventiva. Pero sobre todo lo es porque el movimiento soberanist­a no ha dado (ni está encontrand­o) el modo de recomponer­se después de haber creído, de manera falaz, que podía tocar el cielo. Como ha sucedido durante los últimos años, las plataforma­s renuevan la táctica, los partidos se resquebraj­an para generar replicante­s o se crean nuevas institucio­nes paragubern­amentales, pero nadie consolida autoridad política ni se rehace el diagnóstic­o sobre la composició­n de la sociedad catalana ni se piensa en la evolución de la tensión si de nuevo se sitúa esta sociedad en una disyuntiva crítica. Ahora, sin embargo, hay una novedad. El soberanism­o institucio­nal puede consolidar una vía de negociació­n que apuntale el autogobier­no después de su colapso.

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