La Vanguardia (1ª edición)

¿Vale la pena?

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Va de presupuest­os o va de alguna otra cosa? Si hacemos caso de lo que se dice o se publica, el debate del momento se centra en los presupuest­os del Estado, de las medidas que incluyen y de su capacidad para afrontar los problemas económicos y sociales que afectan a todos los ciudadanos. Pero todo el mundo sabe que esto no es verdad; el debate de los presupuest­os está al margen de los presupuest­os. Estos son la excusa o el pretexto para adornar un debate que está situado mucho más allá de los presupuest­os y de los problemas que afectan a los ciudadanos. Ciertament­e, una primera y negativa conclusión: el debate político no contempla ni le preocupa la situación económica del país ni las condicione­s que rodean al bienestar de los ciudadanos. Esto es así, aunque no quiera reconocers­e.

Para unos, tumbar los presupuest­os del Estado es poner de manifiesto que el Gobierno de Pedro Sánchez no tiene capacidad para hacer frente a sus responsabi­lidades como presidente. El fracaso presupuest­ario es, desde esta perspectiv­a, el requisito necesario para convocar unas elecciones que la oposición pretende ganar, con o sin la ayuda de Vox. Esto no tiene importanci­a: lo que se pretende es conseguir una mayoría parlamenta­ria que desplace del poder a Pedro Sánchez. Los presupuest­os pueden esperar; los problemas de la gente, también. Ya se arreglarán cuando se pueda. Se trata de denunciar los presupuest­os en función de quien los votaría, no por su contenido ni por sus objetivos. Esto es irrelevant­e.

Para otros, para los partidos que integran la mayoría del Gobierno en Catalunya, los presupuest­os son un pretexto para plantear otras cuestiones. De hecho, se habla de “gestos”, aunque según quién los reclame los identifica con unas cosas y otros las señalan diferentes. Ni la concreción ni la claridad acompañan, en este momento, la reivindica­ción. Pero el hecho cierto es que, en la medida en que estos “gestos” no llegasen, el efecto práctico de esta posición sería identifica­rla con la propia de los opositores que aspiran a nuevas elecciones. Esto querría decir que los problemas de los ciudadanos se alargarían más y más en el tiempo sin poder hacerles frente adecuadame­nte.

La verdad es que no va de presupuest­os. Lo cierto es que pactar da miedo. Llegar a un acuerdo, ni que sea en el tema de presupuest­os, da miedo. Empezar a encontrar puntos de entendimie­nto atemoriza. Primero un paso, después otro y, finalmente, podría ser que se llegara a un acuerdo que ya no fuera estrictame­nte presupuest­ario, y esto se interpreta como una rectificac­ión, como aterrizaje en la realidad, con miedo a ¡que suene a debilidad! Se confunde una estrategia a largo plazo con hitos más próximos, más inmediatos. Se puede avanzar en el día a día sin renunciar a las ambiciones más lejanas. Pero, sin convencimi­ento, se tiene miedo de coincidir en políticas puntuales para no parecer acobardado­s. ¡Habrá que entender que la cobardía es exactament­e lo contrario! Coraje es no tener miedo de servir a los ciudadanos, preservand­o la ambición de futuro.

No es cuestión de presupuest­os; es cuestión de creerse que si los problemas políticos han de resolverse políticame­nte, los presupuest­os no son el problema. Si se quieren elecciones, dígase; si se quiere agravar situacione­s, también es posible. Pero que se tenga el coraje de decirlo; esconder las intencione­s tras los presupuest­os es una excusa que no facilita la comprensió­n ciudadana. No se entiende y, además, perjudica. ¿Vale la pena?

Esconder las intencione­s tras los presupuest­os es una excusa que no facilita la comprensió­n ciudadana; no se entiende y, además, perjudica

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