La Maga en tiempos de Netflix
Bandersnatch,
Black mirror
Elige tu propia aventura, que permiten reincorporaciones al tronco central de la narración. Como un problema de lógica. No recuerdo que las novelas fuesen especialmente brillantes, pero reforzaron en el lector infantil la sensación de tener poder decisorio. Saltar de un lado a otro era placentero, y te parecía que intervenías en la historia. Pocos lectores deben de recordar ningún título de la serie, pero casi todos la tienen presente. Los libros de Elige tu propia aventura han quedado como referente.
Tanto es así que este capítulo especial de Black mirror lo ha tomado como modelo para ofrecer al espectador el derecho a decidir, en una metaficción en la que el protagonista ya se siente controlado por la audiencia. En diversos momentos la acción se interrumpe, y el espectador puede elegir cómo quiere que siga pulsando una de las opciones del mando de la tele. Es un simulacro de soberanía tan tenue como el que nos ofrecían los libros. Tal vez más. Pero este enclenque derecho a decidir es el que provoca que la editorial haya presentado una demanda contra Netflix en un juzgado de Vermont. Denuncian al nuevo gigante audiovisual porque se aprovecha y se beneficia de su marca (sin haber pasado por caja).
Estamos ante un caso singular. No es la clásica demanda por plagio, porque propiamente no se copia ningún argumento. Lo que copian es un procedimiento. Como si todos los crucigramistas tuviésemos que pedir permiso a los herederos de Arthur Wynne, el creador del primero, o los poetas no pudiesen publicar sonetos sin pagar a los descendientes de los sicilianos del siglo XIII que se inventaron la estrofa. La mercantilización de la creatividad a menudo toma caminos contradictorios. Si Chooseco gana la demanda, los herederos de Julio Cortázar tal vez podrían pedir una parte de la indemnización, porque la idea de navegar saltando capítulos proviene de Rayuela, publicada en 1963, la novela-juego que ofrece diversas rutas de lectura.