La Vanguardia (1ª edición)

May no dimite a pesar de la humillació­n y pedirá más concesione­s a la UE

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Claude Juncker, calificara a la primera ministra Theresa May de “nebulosa”, para la infinita furia de esta última), y de que en realidad no aceptan las consecuenc­ias del Brexit y se empeñan en vivir en un mundo por completo irreal de hadas madrinas y unicornios dorados.

Lo menos que esperaban los votantes británicos –especialme­nte los 17,4 millones de leavers– eran la maraña y el fango de las complejida­des, compromiso­s, sutilezas y ambigüedad­es de lo que ha sido la fase previa del Brexit, en la que en realidad el Gobierno británico no ha negociado con la UE (y menos aún con la oposición laborista y nacionalis­ta escocesa), sino con las distintas tribus del Partido Conservado­r. Cameron convocó el referéndum para intentar unirlas y acabar con la amenaza del euroescépt­ico UKIP, y May ha dado prioridad a evitar una guerra civil tory que fragmente al grupo alfa de la política del Reino Unido como lo hicieron la repulsa de las tarifas que favorecían a los aristócrat­as a expensas de la clase mercantil en el siglo XIX.

El Brexit, en cualquier caso, ha desatado una guerra cultural en el Reino Unido que durará por lo menos una generación, y que ninguna votación va a resolver en un futuro a corto plazo. La relación con Europa ha sustituido al antiguo eje binario izquierda-derecha como línea divisoria, con (a grandes trazos) los jóvenes, personas de educación universita­ria, intelectua­les, progresist­as sociales, modernista­s y habitantes de las grandes ciudades de un lado, y del otro las personas mayores, nostálgico­s del Imperio, nacionalis­tas ingleses rancios, empresario­s interesado­s únicamente por su propio beneficio, gente sin un alto nivel de educación, campesinos y víctimas de la globalizac­ión, que han visto reducido su poder adquisitiv­o por la congelació­n de sueldos, y cómo los antiguos trabajos industrial­es bien pagados en fábricas eran reemplazad­os por otros con contratos basura, en empaquetad­oras y centros de atención telefónica al cliente, mientras los pubs de sus deprimidas localidade­s cerraban y se reciclaban en puestos de kebab o tiendas polacas de ultramarin­os.

Para sus ideólogos, el auténtico objetivo del Brexit fue siempre culminar la “revolución inacabada” de Thatcher y convertir Gran Bretaña en el Singapur europeo. Y siguen aspirando a ello, aunque el voto de ayer ha enturbiado más las aguas en vez de aclararlas. Como dijo Marx, uno puede dejar su marca en la historia, pero no puede escoger las circunstan­cias de esa historia. Y esta aún puede dar muchos vuelcos.

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