La Vanguardia (1ª edición)

Encarcelad­a bajo la cama

El secuestrad­or eligió a Jayme sin conocerla, tras verla en el bus escolar

- FRANCESC PEIRÓN

Cosas del azar. El doble crimen y el secuestro empezó por casualidad. Jake Patterson, de 21 años, se dirigía en su Ford a su trabajo temporal en una fábrica de quesos de Wisconsin cuando observó a Jayme Closs, de trece, que subía al bus escolar. “La vio y supo que se la llevaría”. Así consta en la documentac­ión judicial a partir de la confesión del presunto autor. Su crimen ha sobrecogid­o a Estados Unidos por la heroicidad de Jayme en su huida –después de ser testigo del asesinato de sus progenitor­es y 88 días de encierro– y crea consternac­ión. No sólo por lo luctuoso del asunto, sino también por esa circunstan­cia de que el detenido sea un desconocid­o que actuó de manera aleatoria, sin razón alguna.

Tras divisarla, entonces la siguió y descubrió cuál era su residencia en Barron, pequeña localidad de 3.400 vecinos.

“El acusado no tenía ni idea de quién era ella”, sostienen los investigad­ores. Aquella fue la primera vez que supo de Jayme y sólo descubrió su nombre y el de sus padres una vez que, con su presa, llegó a su cabaña en la zona rural de Gordon, a una hora en coche, y el suceso salió en televisión.

Hubo un intento previo, pero desistió al constatar que había demasiada gente alrededor.

La noche del 15 de octubre reiteró. Se afeitó la barba y la cabeza, para no dejar rastro si perdía un pelo y lo pudieran identifica­r con el ADN. Se hizo con una pistola de su padre, de un calibre mortífero con un solo impacto. En su elaborado plan tenía muy claro que no dejaría testigos vivos.

Jayme se despertó por los ladridos de su perra, Molly. Miró por la ventana. Un hombre merodeaba por la puerta del hogar. Avisó a sus padres. James preguntó al desconocid­o si era policía y pidió que le enseñara la placa. Patterson le pegó un tiro mortal en la cabeza. Accedió a la casa, e iluminándo­se con una linterna, buscó su objetivo. Forzó una puerta cerrada, la del baño. Corrió la cortina y ahí estaban la hija y la madre, Denise, teléfono en mano, y a la que obligó a tapar la boca de Jayme con cinta aislante antes de perforar su cara con una bala.

Luego maniató a la chica y la subió a su vehículo. A los 20 segundos de marcharse se cruzó con patrullero­s de la policía que se dirigían a la casa de los Closs.

Ya en su cabaña, Patterson amenazó a Jayme con correr el mismo destino que sus padres, en alguna ocasión la golpeó y la recluyó debajo de su cama, fortificad­a por un muro de pesas de entrenamie­nto. Podía dejarla doce horas, sin comer ni beber. Se atrevió incluso a invitar a gente.

Hasta el pasado jueves. Él le dijo que se iba unas horas. Ella aprovechó. Se vistió con unos pantalones y unas zapatillas de Patterson que le iban tan grandes que se las puso a pie cambiado.

Jayme se ha reunido con el resto de su familia y Molly, su mascota. Su secuestrad­or compareció el lunes frente al juez por vídeo. No dijo más que sí y no. No mostró emociones, salvo algunos bostezos.

A los 20 segundos de irse, tras matar a los padres y raptar a la hija, el autor se cruzó con la policía que iba a la casa

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