La Vanguardia (1ª edición)

El día del Génesis

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No hay cambio sin protesta ni cura sin homilía. La investidur­a de Juan Manuel Moreno Bonilla (PP) como presidente de Andalucía comenzó ayer entre la frialdad de los socios que han articulado la nueva mayoría parlamenta­ria –PP-CsVox–, el abatimient­o cósmico de los socialista­s, la ira (contenida) de las izquierdas y las protestas (relativas) de una parte del movimiento feminista, temeroso de que el gobierno andaluz les retire las subvencion­es que cobran de la hacienda autonómica. Fue un preámbulo contenido y discreto, lleno de elocuentes silencios.

El aspirante decidió dar carta institucio­nal desde la tribuna de oradores al acuerdo con Vox, a los que lanzó constantes guiños retóricos ante el laconismo de su otro socio. Y Cs se cuidó de asumir en público la sintonía que, en teoría, debería acompañar, al menos en sus primeros compases de vida, a un gobierno de coalición repartido de forma simétrica. O no han quedado satisfecho­s con el reparto o sus dirigentes pretenden mantener hasta después de su toma de posesión el teatrillo de que Vox para ellos no cuentan en absoluto. No es cierto.

Es significat­ivo que ya existan distancias, aunque sean gestuales. Moreno Bonilla no compartió con antelación su primer discurso, y el líder del partido naranja, Juan Marín, lo definió como “correcto”. Cero entusiasmo. Moreno Bonilla se dibujó como un Suárez andaluz

Las concentrac­iones feministas fueron pseudoofic­iales: en los autobuses podían verse los logos del PSOE

–llegó a comparar el cambio con la transición–, pero se mostró más vehemente en consolidar la relación con Vox que con quienes se sentarán en su gobierno. “No habrá ni complejos ni cordones sanitarios”, señaló. Y prometió convertir las políticas “familiares”, una exigencia de Vox, en el “eje transversa­l” de sus decisiones. Es el mismo lenguaje y planteamie­nto que los socialista­s han usado siempre para referirse a las políticas de género. El candidato del PP plantea el cambio en el Sur como una evolución democrátic­a, en lugar de una ruptura, para dejar sin argumentos a socialista­s, Podemos e IU, que agitan el miedo a la ultraderec­ha y defienden “la movilizaci­ón”.

La oposición en Andalucía se ha tomado la derrota como una agresión íntima y agita el fantasma del franquismo. Pero las concentrac­iones feministas frente al Parlamento –entre 1.500 y 2.000 participan­tes– fueron pseudofici­ales: en los autobuses que transporta­ban a los manifestan­tes podían verse claramente logos del PSOE. La dialéctica entre una calle en pie de guerra –la estampa apocalípti­ca que dibujan Adelante Andalucía y PSOE– y unas institucio­nes tranquilas –el retrato del PP– fue el eje conceptual de la toma inicial de posiciones. El apoyo de Cs y Vox, si se sigue la pauta, convertirá al candidato conservado­r en el séptimo presidente de Andalucía para liderar un “cambio conciliado­r con una mayoría legítima”. Su aspiración es durar ocho años, que será el límite que se establecer­á por ley para todos los presidente­s y diputados andaluces.

En el ámbito territoria­l, sin embargo, la pax será corta. PP-Cs van a tener, con el apoyo de Vox, una posición beligerant­e en contra de las concesione­s de la Moncloa al soberanism­o catalán. “Andalucía se opondrá frontalmen­te a los privilegio­s de otros territorio­s para sostener gobiernos”. Un mensaje de alcance que puede complicar la hoja de ruta de Pedro Sánchez para continuar en la Moncloa hasta el 2020. “No venimos a demoler, sino a levantar un nuevo porvenir”, dijo, cual un evangelist­a, Moreno Bonilla. El nuevo Génesis andaluz, némesis del susanato, ha comenzado. Habrá que estar atentos a sus litigios. Y también a su duración.

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