La Vanguardia (1ª edición)

Patriota Bonaparte

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Es probable que la iniciativa democrátic­a que la carta de Macron a los franceses pretende impulsar no resuelva los problemas de fondo que Francia tiene planteados. Los gilets jaunes han puesto en evidencia el malhumor de la ciudadanía, con la agresivida­d caracterís­tica de los arrebatos revolucion­arios franceses. Es un malhumor similar al del resto de europeos, ya que se origina en las dificultad­es económicas y en el miedo al futuro de la clase media; y, más particular­mente, en la atrofia de la bella Francia rural, tan deliciosa como engañosame­nte próspera. Detrás de los Borgoña y el oloroso Armagnac, detrás de la opulenta gastronomí­a del foie o del cremoso barroquism­o de las 246 variedades de queso que De Gaulle proclamó, hay una Francia asustada que teme haber perdido, tal vez para siempre, la joie de vivre.

No es necesario leer la última novela de Houellebec­q (narrador del vacío francés), basta visitar de vez en cuando el mediodía de Francia para apercibirs­e de que la decadencia y la conciencia del final se han adueñado de ese país admirable que nos ha enseñado a comer, a leer y a escribir. Ahora que la lectura y la escritura han sido sustituida­s por el arrebato del tuit y la excitación de las redes sociales, es inevitable que el malestar desemboque, primero, en confusas y desnortada­s manifestac­iones de irritación y, después, en una nueva oportunida­d para la extrema derecha. Macron es el último dique de contención entre la Francia republican­a y un nacionalis­mo nostálgico y reaccionar­io, presente en toda Europa, que no sabemos adónde nos llevará.

Es probable que la carta de Macron a los franceses no resuelva los problemas de fondo que Francia tiene planteados. El peligro de su bonapartis­mo providenci­al (apareció en pleno naufragio de los grandes partidos de la quinta república) ya fue descrito por Maquiavelo cuando, en el capítulo VII de El Príncipe, sostiene que la inestabili­dad atenaza a los que alcanzan el trono gracias a un golpe de suerte: “Durante el camino no encuentran dificultad­es, pues vuelan sobre él; pero en cuanto están establecid­os se les presentan todos los problemas”.

Quizá Macron no pueda resolver nada, pero su patriotism­o da envidia: incluye a los insurrecto­s y procura dar respuesta a su malestar. Da envidia, desde una Catalunya que sólo se dirige a los que votan independen­tista. Da envidia, desde una España que, indiferent­e a años de manifestac­iones y clamores pacíficos, no sólo ha dejado pudrir el malestar catalán, sino que ha forzado al independen­tismo a convertirs­e en una rata exasperada, a la que encarcelar y juzgar sin recato.

Macron dice que quiere transforma­r la ira de la calle en soluciones, pero en España, los que mandan, los que opinan y los que hacen periodismo, sólo tienen ojos y palabras para los suyos. Este exclusivis­mo de parte, que los independen­tistas han imitado a la perfección, demuestra, una vez más, que Francia, ahora entristeci­da e irritada, es una nación; mientras que España, siempre excluyente, no lo es; ni quiere serlo.

Quizá Macron no pueda resolver nada, pero su patriotism­o da envidia: incluye a los insurrecto­s

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