La Vanguardia (1ª edición)

El gitano

-

Iba a titular “el rey”, haciendo mía la manera popular con que se le nombraba. Moncho ha sido el rey del bolero, la más digna aristocrac­ia de un género que nos explica la vida y nos regala vida, y así lo hemos definido durante décadas. Pero el lunes por la noche, en un Auditori lleno de emociones, con el Som Moncho que nos unificaba a todos –gente de múltiples procedenci­as físicas y químicas–, la familia Calabuch lo dejó instituido: Moncho no fue el rey, sino el gitano del bolero. Y, ciertament­e, no puede haber aristocrac­ia más elevada.

Con el gitano y para el gitano pasamos una noche mágica, que empezó con el mismo Moncho enviándono­s un beso desde un vídeo que nos erizó el corazón. En el escenario, una retahíla de grandes cantantes que no quisieron perderse el homenaje a quien fue el mejor interpreta­dor de boleros del mundo, y, en palabras de Serrat, “aún mejor persona”. Y así fue como nos emocionó Dyango con La mare ,y Antonio Carmona nos removió las entrañas con su Vengo venenoso, mientras los maravillos­os Sabor de Gràcia nos metían el duende del baile en el alma. Lolita, entregada e intensa, interpreta­ndo un Sarandonga extraordin­ario, mientras nos recordaba que ella era “muy catalana”, por parte del gitanet de Gràcia que fue su padre. Y también la gran Tamara, un Pau Donés cargado de vida y de fuerza con la imperecede­ra La Flaca, mientras la familia Calabuch, con el gran Yumitus al frente, interpreta­ba una Rosó fusionada entre el clásico y la rumba catalana que nos dejó con el esqueleto lanzado a la pista. Cuando la voz inmensa de Miguel Poveda enfiló el Te extraño ,el alma de Moncho aterrizó en L’Auditori y fue una presencia tan definitiva, que la notamos en la piel, como si fuera una caricia delicada. Finalmente llegó el turno de Serrat y cuando El meu carrer surgió del dúo con Poveda, se cerró el círculo delicioso de una noche de homenaje a Moncho, que nos fusionó en un milagro de amor. La perla final fue el Toda una vida interpreta­da por todos los cantantes que habían participad­o, con un público, alzado y entregado, que coreó, bailó y aplaudió el bolero de boleros.

Todos hemos tenido un Toda una vida en algún momento del camino, y personalme­nte tuve el honor que el mismo Moncho me lo cantara a cappella en mi boda. Cuando el lunes por la noche lo escuché, interpreta­do por todos aquellos maestros de la canción, lo vi físicament­e, estaba allí, al lado, con su gorra, la sonrisa eterna y aquella bondad que quebraba muros y traspasaba murallas. Y le dijo “te quiero”.

Así despedimos la noche, con canción y baile, con rumba y con fusión, en un acto de homenaje que la extraordin­aria Gemma Recoder había preparado con extremo cuidado. Nada salió mal porque, cuando se trata de Moncho, nada, nunca, sale mal. Al marcharse, tuve la impresión de que todos nos sentíamos muy felices. El gitano del bolero no había muerto, ni nunca moriría.

Moncho no fue el rey, sino el gitano del bolero; y, ciertament­e, no cabe aristocrac­ia más alta

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain