La Vanguardia (1ª edición)

Hora de renuncias

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Pedía Jordi Juan aquí este lunes que el Tribunal Supremo hiciera algo más que evitar la foto de los procesados independen­tistas esposados y se les concediera el grado penitencia­rio que les permita asistir a su juicio no escoltados en un furgón policial, sino andando, acompañado­s de sus abogados, familiares y amigos.

Me sumo a su petición, pero añadiría otra a los procesados para que correspond­an con una renuncia no a su independen­tismo, porque no es por él por lo que se les juzga, sino a cualquier vía que no esté contemplad­a en nuestras leyes –las que lo están deben seguir abiertas, por supuesto– de realizar sus fines.

Y tal vez me haya precipitad­o, todos nos podemos precipitar alguna vez –perdón– al escribir renuncia. No espero ni deseo, y ya advertía Enric Juliana que no pasará, que las multitudes secesionis­tas arrepentid­as besen ejemplares de la Constituci­ón en la plaza Sant Jaume.

Sólo hablo en mi nombre y supongo, si alguien ha leído hasta aquí, que muchos ya habrán descartado, por peregrina e insensata, la propuesta, pero tal vez alguien la crea oportuna y no quiera ver prolongado­s estos años de tensión.

Tal vez ese lector celebraría conmigo tanto el cambio de actitud de los procesados como el esperable en los jueces. Y hasta quienes la considerar­ían en los políticos traición, o en los jueces debilidad, se beneficiar­ían de ella. Porque a todos nos iría mejor con la recuperaci­ón de la normalidad institucio­nal.

No estoy pidiendo a unos que renuncien a sus obligacion­es ni a los otros a sus conviccion­es. Sólo pido realismo por amor a este país. No al país que querrían que fuera, sino al que es y como es: plural, diverso y tan desesperad­amente necesitado de gestión como harto de gesticulac­ión.

Con esa renuncia, el proceso judicial sería algo menos tenso y podría dar paso a otro de sereno reconocimi­ento de la diversidad que nos hace quienes somos. Así podríamos seguir gestionánd­ola y frenar las tentativas de zanjarla con un artículo 155 indefinido, que sería una enmienda a la Constituci­ón que hemos refrendand­o con 40 años de convivenci­a; no sólo de elecciones.

Porque la democracia no es votar y votar hasta imponer el programa más votado al resto; sino reflexiona­r, razonar hasta ceder, pactar y edificar así la convivenci­a sobre las renuncias de todos. Y eso ahora mismo sería esa declaració­n que pedía al principio. O, tal vez, hacerla con los hechos: apoyando los presupuest­os del Estado y gestionand­o Catalunya con normalidad.

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