La Vanguardia (1ª edición)

Y Cameron puso las urnas...

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Tal vez idealizamo­s Eton, en cuyos terrenos de juego se forjaron las victorias de los campos de batalla de India, porque de Eton ha salido el más incompeten­te de todos los primeros ministros británicos de la historia. El gran David Cameron.

Los ludópatas y los gobernante­s incompeten­tes comparten la misma tragedia: apostaron la primera vez y ganaron. El distinguid­o Cameron, cachorro de familia etoniana, aceptó con audacia el reto del nacionalis­mo escocés y terminó ganando de calle en el 2014 el referéndum, llamado a anclar a Escocia por los siglos de los siglos en el Reino Unido.

Lo tenía todo en el 2015. Y quiso más. Cameron prometió durante la campaña para la reelección que convocaría un referéndum sobre la permanenci­a del Reino Unido en la UE. ¿Adalid de la democracia? ¿Escondía bajo su apariencia una íntima frustració­n por no haber podido jamás eructar en los pubs, enseñar el culo en los estadios de fútbol o cruzar guantes con los inmigrante­s del Baluchistá­n?

La trayectori­a de David Cameron, 52 años, invita a pensar que era un premier audaz y astuto. No se conformaba con ganar las elecciones del 2015, quería aplastar a los díscolos de su partido –como otro old etonian, Boris Jonhson–, cortar las alas a los vulgares dirigentes del UKIP y acaso coronarse en alguna catedral.

Y David Cameron puso las urnas... Menuda ocurrencia: su sucesora, Theresa May, recibió anoche la patada en el trasero que merecía Cameron. Un batacazo histórico por el margen de la derrota infligida en Westminste­r –202 frente a 432–, que culmina un proceso que nunca debió iniciarse.

Llegan tiempos adversos para un gran país al que le han podido el orgullo

El primer ministro más nefasto de la historia escribe sus memorias: seguro que la culpa fue de los demás

y la nostalgia imperial porque cada día está más claro que el maná del Brexit fue el timo de la estampita. Una colosal manipulaci­ón, un aviso de los tiempos que corren.

Es una pena que los británicos se vayan así de la UE y, de paso, pierdan el sujeto favorito de sus más afiladas ironías y sus más espantosas borrachera­s: los europeos. Esa galería de caricatura­s perfilada durante décadas para realzar la superiorid­ad de los británicos y, de vez en cuando, achacarles todo aquello que funcionaba mal en el jardín doméstico.

¿Y qué hace nuestro gran hombre? Una vida discreta y centrada en escribir sus memorias, un clásico de la jubilación de los grandes políticos anglosajon­es. No se conoce el título –no será fácil eludir la rechifla mundial– pero sí que su aparición se ha ido retrasando a la vista del desbarajus­te creado. Como era de esperar en este tipo de personajes, el texto contiene ajustes de cuentas con sus compañeros de partido. A algunos, con la finalidad de torpedear sus ambiciones en la era post-May, y a otros muchos, para cargarles el mochuelo del fiasco.

Yo sólo puse las urnas, dirá...

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