La Vanguardia (1ª edición)

Depresión frente a euforia

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Ahí los tenéis: tres contra tres. Tres en la izquierda y tres en la derecha. Es lo que ocurre en Madrid, que volvió a ser capital de la intriga política. Un ambiente diferencia a los tres bloques: el de la derecha anda eufórico, se da abrazos en las tomas de posesión y las convencion­es y siente que toca poder. Por lo menos, lo toca en Andalucía y se llena la boca de la expresión “cambio histórico”. El de la izquierda vive días de depresión. Perder Andalucía es un golpe para el socialismo, que prepara una dura e indefinida resistenci­a. Y perder a Íñigo Errejón, sobre todo de la forma que lo perdió, con aires de conspiraci­ón, ha sumido a Podemos en el desencanto. De nada le sirve a Irene Montero predicar que ellos han conseguido los presupuest­os del salario mínimo y la dependenci­a si el desgarro del errejonazo les hace sangrar.

Pero quizá lo peor para Podemos no sea la pérdida de Íñigo ni los votos que le puede arrebatar el 26 de mayo. Lo peor es que es el punto alto de muchas crisis en demasiados lugares y en casi todas las confluenci­as. Lo mucho peor es que desgasta a su líder, porque casi nadie duda de que Errejón huyó de Pablo Iglesias. Y lo muchísimo peor es que, al buscar una explicació­n, se encuentra con que Podemos ya no cotiza al alza en los análisis, ni en las encuestas, ni en las urnas andaluzas. Es el momento más pesimista de sus cinco años de vida. Y, por las declaracio­nes que hemos podido escuchar en las primeras horas de la gran crisis, tampoco se le ve un mensaje capaz de volver a ilusionar.

El populismo de izquierda ha entrado en el taller de la inspección técnica y nadie sabe cómo saldrá. Imaginaos que la alianza Carmena-Errejón triunfa y humilla a Podemos. Se habrá producido un cambio espectacul­ar y, sobre todo, se habrá demostrado que aquí puede pasar lo mismo que en Francia: el fenómeno Macron se puede repetir. Y lo más fascinante: la personalid­ad de unos candidatos se habrá impuesto al poderío de las siglas. El sistema tradiciona­l de representa­ción basado en los partidos habrá entrado en crisis, tal como prevé Manuela Carmena en sus contadas confesione­s de su pensamient­o político.

Esto que acabo de describir sonará a chino en la convención del PP. A ella acuden 7.000 almas dispuestas a subir a los altares al partido y a su líder. Aplaudirán como diputados tanto si se habla de moderación como si se blande el “sin complejos”. Moreno Bonilla será mirado como el héroe de la reconquist­a. Cualquier idea, por manida que resulte, será entronizad­a como expresión del rearme ideológico. Las discrepanc­ias serán vistas por los informador­es, pero ocultadas por las aclamacion­es. La palabra “liberal”, que nunca dio votos en España, será incorporad­a al patrimonio de Casado. Y todos saldrán convencido­s de que han conseguido marcar distancias con Ciudadanos y con Vox. Sobre todo, con Vox. Pero en el fondo la historia no será tan distinta: su Errejón se llamó en su día Alejo Vidal-Quadras y ahora se llama Santiago Abascal, dicho sea sin ofender.

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DANI DUCH Pablo Iglesias, líder de Podemos
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