Maltrato en silencio
Romina Celeste Núñez soportó, sin contarlo a nadie, un año de agresiones por parte del hombre, su marido, que la acabó asesinando
Romina Celeste Núñez (29) creía en el amor y pensaba que, tras mucho buscarlo, lo había encontrado en su marido, Raúl Díaz Cachón (44), detenido como principal sospechoso de su muerte. Con apenas seis meses de noviazgo y tras dos relaciones previas que no habían funcionado, una en Paraguay y otra en Madrid y de las que nacieron dos sus hijos, Romina vio en su asesino al hombre de su vida. “Estaba enamorada y creía que podría cambiarlo, por eso aguantó el maltrato”, reflexionan familiares y amigos de Romina, a los que nunca les reconoció que Raúl la pegaba como se ha conocido ahora.
Romina Celeste llegó a España hace siete años. Tras estudiar enfermería en Paraguay, que no terminó, y tratar de buscar trabajo sin éxito en su país decidió irse a Madrid, donde desde hacía años residía su tía materna, Laura Rodríguez, y una vecina de toda la vida de Nemby, el barrio de Asunción donde viven sus padres, Anastasia Servín. Le apenaba dar el paso porque tenía que dejar atrás a su hijo de tres años (hoy tiene 10), fruto de una relación con un compañero del instituto cuando tenía 17, pero lo dejó a cargo de su padre. También estaba su madre, por la que sentía devoción.
Ella era una chica lista. Siempre fue la primera de su clase en el colegio Pa’inu en el que estudió y pensaba que no tendría dificultad para encontrar un trabajo. Pero nada fue fácil. Llegó como turista y durante dos años estuvo sin papeles, así que no le quedó más remedio que trabajar en el servicio doméstico y de forma irregular. En ese tiempo conoció al que sería su marido, un chico ecuatoriano que hoy vive en Alicante y con el que tendría su segundo hijo, que tiene cuatro años. Gracias a él consiguió la nacionalidad española y, aunque durante meses vivieron felices, pronto la relación se rompió. Ella siguió con su vida. Vivía en un piso compartido por el barrio madrileño de Oporto y trabajaba durante todo el día mientras una tía paterna del niño lo cuidaba. Y los fines de semana acudía con sus amigas a bailar bachata y merengue, que le encantaba. “Le gustaba salir y divertirse pero eso sí, nunca tomaba alcohol. Su único vicio era el tereré (una bebida tradicional de Paraguay similar al mate argentino)”, indican sus familiares.
Durante cuatro años esa fue la vida de Romina, que no dejó de enviar dinero a Paraguay para ayudar a sus padres y al hijo que había dejado allí. “Esa siempre fue su gran preocupación, que su familia estuviera bien. Ella anhelaba volver a Paraguay por eso empezó a construir una casita junto a la de sus padres”, indica su familia. Y cuando parecía decidida a hacerlo se cruzó en su vida Raúl, al que conoció una noche de fiesta a finales del 2017.
La familia de Romina tuvo conocimiento de su existencia en enero del 2018. Para entonces ella ya está empadronada en Lanzarote para poder viajar con frecuencia y aprovecharse de precios más reducidos ya que, aunque vivía en Madrid, viajaba casi todos los fines de semana a la isla. Un 10 de marzo, el día del cumpleaños de Romina, se lo presenta su mejor amiga. En mayo le toca el turno a la que ha sido como su madre en España, Anastasia Servín, a la que llega a contar ese día sus planes de boda. Romina pensaba casarse en Madrid pero, por razones que nadie sabe, un día, de la noche a la mañana, comunica vía Whatsapp que se casa ya y en Lanzarote. Nadie pudo ir.
Hoy sus familiares le preparan un homenaje de recuerdo. Para ello han escogido un cuadro que tenía en su habitación de Madrid y que le gustaba mucho: un campo de girasoles. Una flor que simboliza la alegría y vitalidad que tenía Romina y que su marido Raúl le arrebató el 31 de diciembre.
“Se enamoró de Raúl y creía que podría cambiarlo”, cuentan los familiares de la joven paraguaya