Sánchez, emparedado
El PP, Ciudadanos y los independentistas catalanes bloquean los presupuestos El presidente espera al Consejo de Ministros del viernes para convocar elecciones Puigdemont y Torra abortan una maniobra pactista de última hora del PDECat
Los catalanes se lo dieron; los catalanes se lo han quitado. Con brocha gorda, este podría ser el titular del momento, con la necesaria precisión de que los independentistas no representan a todos los catalanes, ni siquiera a la mitad, de acuerdo con el resultado de las últimas elecciones.
Usemos, por tanto, un pincel más fino. Los independentistas catalanes dieron la presidencia a
en mayo y nueve meses después le han retirado el apoyo en una votación de claro significado destituyente. Lo que la derecha no consiguió el pasado domingo en la plaza Colón de Madrid lo han impuesto los independentistas en el Parlamento. Sánchez está ahora abocado a la convocatoria de elecciones generales anticipadas. El viernes se reúne el Consejo de Ministros.
Los catalanes suelen acabar rompiendo aquellas construcciones complejas de la política española que ellos mismos han contribuido a levantar. Es una canción que viene de lejos. La memorable frase de don
al presentar la dimisión como presidente de la Primera República –“estoy hasta los c... de todos nosotros”– reverberó ayer en el Congreso. Catalunya encumbró a
en el 2004, haciéndole prometer lo que no podía prometer. Los independentistas dieron la presidencia a Sánchez en mayo y en febrero le acaban de empujar a un precipicio del que quizá no logre salir la izquierda española.
Pincel fino. ¿Era posible aprobar la tramitación de los presupuestos el mismo día en que la Fiscalía leía el acta de acusación contra los doce políticos catalanes que están siendo juzgados en el Tribunal Supremo por los hechos de octubre del 2017? ¿Quién fijó el calendario? El juicio debía haber comenzado el día 5 de febrero, pero una dilación en los trámites procesales obligó a retrasar una semana su inicio, coincidiendo así con la votación presupuestaria, fijada de antemano. Ya es casualidad.
En política hay cosas posibles, cosas difíciles, cosas muy difíciles y cosas imposibles. Obtener el voto de los independentistas en el Congreso el mismo día en que la Fiscalía acusa de rebelión a sus principales dirigentes en el salón de plenos del Tribunal Supremo oscila entre lo muy difícil y lo imposible. Era necesaria una navegación muy virtuosa entre las rocas de Scilla y Caribdis para no encallar. Sánchez encargó esa delicada navegación a la vicepresidenta
La responsabilidad principal, sin embargo, es del presidente. La decisión de intentar tramitar los presupuestos en vísperas del juicio la tomó Sánchez inmediatamente después de las elecciones en Andalucía, muy adversas para el Partido Socialista. Semanas antes había sugerido la posibilidad de prorrogar los presupuestos del 2018 para no arriesgar más de la cuenta.
A Sánchez le gusta el riesgo. Después del aviso de Andalucía, creía en su fuero interno que los independentistas acabarían facilitando la tramitación presupuestaria para no avivar las expectativas electorales del bloque conservador. Sánchez cree mucho en su buena suerte. Acaba de publicar un libro titulado Manual de resistencia. Esa es otra vieja historia: casi todos los inquilinos de la Moncloa acaban rindiendo culto ala baraka, vieja creencia islámica que trajeron a España las tropas destacadas en el norte de África. “Tengo baraka , a mí las balas no me atraviesan”. Hasta que un día, ¡pum!
La negociación entre la vicepresidenta Calvo y sus interlocutores catalanes, el vicepresidente del Govern de la Generalitat,
y la consejera de la Presidència, no funcionó bien. Especialmente dificultosa fue la comunicación entre Calvo y Artadi. Dos psicologías muy distintas. Dos lenguajes muy distintos. Lost in traslation.
Buena parte del PSOE no quería tratos con los independentistas pocos meses antes de las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo. Negociación de presupuestos generales y elecciones locales. Una conjunción peligrosa en un país en el que es muy fácil gritar: “¡Todo se lo llevan los catalanes!”. Alcaldes y presidentes autonómicos temían un Vietnam. Después de las elecciones andaluzas, ese temor se convirtió en pavor. Cuando los barones socialistas de la España interior tuvieron noticia –a través de unas declaraciones de
de que la negociación con los soberanistas podría
Después de Andalucía, Sánchez estaba convencido del apoyo de los soberanistas
La negociación era difícil: Carmen Calvo y Elsa Artadi no se entendieron