Tortazo para May en San Valentín
Los ‘brexiters’ dan marcha atrás y ya no apoyan su estrategia negociadora
Si Bruselas piensa que todos los políticos ingleses están locos, tiene buenas razones para ello. Después de que Theresa May lograra hace quince días la pírrica y surrealista victoria del refrendo parlamentario a su acuerdo de divorcio pidiendo a los diputados que votaran en contra del plan que ella misma había negociado durante dos años y consideraba el mejor posible, ayer se disparó un tiro en el pie al solicitar el refrendo a esa decisión. Pero, en el manicomio del Brexit, los Comunes le dijeron esta vez que no. La frágil tregua tory ha muerto.
Sucesivamente, en pocas semanas, el acuerdo de salida de la Unión Europea ha sido derrotado por 230 votos, la mayor paliza legislativa en la historia de este país; ha sido refrendado con la condición de eliminar o alterar radicalmente la llamada salvaguarda irlandesa (para garantizar que no hay una frontera dura en el Ulster), y ayer volvió a ser tumbado por 303 a 258 votos, con la abstención en bloque de los brexiters. Se trata de la décima derrota parlamentaria de la primera ministra, todo un récord. No tiene ningún sentido del ridículo.
¿Qué ha cambiado este mes para que se registren tan bruscos golpes de timón? Pues en realidad nada, porque el Brexit es como esos salones de los espejos de las ferias, donde en uno te ves bajo y rechoncho, en otro alto y espigado, pero nada es lo que parece. Lo cierto es que el acuerdo de salida negociado entre May y la UE no gusta en Westminster, que el Reino Unido ni siquiera ha empezado a plantearse cómo quiere que sea su futura relación con Europa (lo cual será complicado pero resolvería la gran mayoría de problemas, incluido el de la frontera irlandesa), que el propio Gabinete se halla dividido entre los partidarios de un Brexit duro y un Brexit blando, y que el parlamento tiene muy claro lo que no quiere, pero no sabe lo que quiere.
Después del apocalíptico no original al plan de May, la premier se las ingenió para comprar una veintena de votos laboristas con promesas de inyección de dinero en las regiones del norte del país, y convenció a los halcones euroescépticos de que persuadiría a Bruselas de eliminar legalmente la salvaguarda irlandesa -la permanencia de todo el Reino Unido en la unión aduanera hasta que haya un acuerdo comercial definitivo-, algo que los brexiters consideran inaceptable por estimar que ataría indefinidamente al país a las reglas y de la UE. Fue una estrategia para ganar tiempo, porque sus interlocutores bruselenses le han dicho que el tema no se puede reabrir, tan sólo matizar en la declaración política. Pero uno cree lo que quiere, y una característica británica es sentirse más fuerte de lo que en realidad es.
Theresa May ni siquiera estuvo presente en el debate, dejando que sus subordinados transmitieran el mensaje de que la derrota debilitaría su posición negociadora ante Bruselas (desesperada e incrédula por lo que pasa en Londres). Ahora ya tiene pretexto para justificar las calabazas que le va a dar la UE a sus propuestas de poner un límite temporal al backstop, modificarlo para que el Reino Unido puede abandonarlo unilateralmente, o sustituirlo por “alternativas tecnológicas” que nadie ha encontrado a pesar de buscarlas como si fueran el mapa de un tesoro o trufas blancas de Alba.
Pero para May, derrota tras derrota, nada cambia. Está empeñada en conseguir el Brexit “menos malo posible”, a tiempo, y como un hijo del Partido Conservador, sin el apoyo de los laboristas. Para ello, su estrategia consiste en llegar sin ninguna solución al 29 de marzo, y plantear el dilema de o bien su acuerdo, o bien un aplazamiento (a Olly Robbins, su negociador, se le ha escuchado una conversación en el bar de un hotel de Bruselas especulando con una prórroga hasta el 2020). Su idea es que los brexiters duros preferirán pájaro en mano que ciento volando, pero ayer le recordaron que no necesariamente es así, y que van a seguir luchando por una salida sin acuerdo. Mientras, la premier protege la pelota en el córner como hacen los equipos ya en el tiempo añadido, fuerza faltas y saques de banda, con la diferencia de que aquí todavía faltan quince o veinte minutos para el final.
El viñetista del Daily Telegraph dibujó ayer a un tipo que entra en una tienda de tarjetas, y escoge una con un enorme corazón rojo que dice “para siempre”. Y le pregunta al dependiente: “¿Podría quitar el backstop (es decir la garantía de para siempre”?. Theresa no recibió amor de los brexiters el día de San Valentin. Tan sólo otro sopapo.
Se trata de la décima derrota legislativa de la primera ministra desde que ocupa el cargo
Va a seguir pidiendo cambios a Bruselas pero con su autoridad aún más disminuida