La Vanguardia (1ª edición)

Un “error” convertido en orgullo

Rusia intenta olvidar su guerra de Afganistán, que terminó hace 30 años, y elevarla a gloria patriótica

- GONZALO ARAGONÉS Flores.

Las heridas de una guerra son difíciles de olvidar. Pero 30 años sí sirven para ver el pasado desde otro punto de vista. Ayer se cumplieron tres décadas de la retirada soviética de Afganistán, una guerra calificada como “error” por el Gobierno de Gorbachov pero que ahora en Moscú se intenta ver con ojos más patriótico­s. “Yo a todos los veo como héroes”, decía esta semana a los periodista­s el senador Frants Klintsévic­h, coronel en la reserva y él mismo veterano de las tropas soviéticas que permanecie­ron en Afganistán entre 1979 y 1989.

La imagen de los últimos tanques soviéticos cruzando el puente sobre el río Amu Daria (hoy en la frontera con la ex república soviética de Uzbekistán) se convirtió en una de las fotos icónicas de los últimos años de la guerra fría. Meses después caería el muro de Berlín y dos años más tarde la Unión Soviética se dividía en quince nuevos países.

Con la política aperturist­a de Mijiaíl Gorbachov, el Kremlin dijo en 1989 que la campaña afgana había sido “un error político”, justifican­do así el fin de la intervenci­ón soviética. La retirada de Afganistán se interpretó entonces como una derrota infligida por los muyahidine­s, armados y entrenados por Estados Unidos. Hoy, en Moscú se intenta destacar el papel humanitari­o de la presencia soviética en el país asiático, además de una obligación patriótica para proteger la seguridad del propio país. “Nosotros teníamos otras tareas que las estrictame­nte militares y las cumplimos. Cuando hoy hablamos del 15 de febrero hablamos al final del cumplimien­to de nuestra tarea”, explica el también parlamenta­rio Mijaíl Kozlov, que participó en el despliegue soviético entre 1984 y 1986.

“No podemos poner en duda la hazaña de nuestros soldados, oficiales y funcionari­os, que cumplieron con su deber en Afganistán”, dijo el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, al inaugurar una exposición fotográfic­a en la Cámara Baja del Parlamento ruso. “Muchos dieron su vida, y debemos hacer lo posible para que dicha heroicidad sea inmortal”, añadió.

Otro veterano de Afganistán, Vladímir Krávchenko, sargento paracaidis­ta entonces y hoy senador por la región de Tomsk, destaca que con su intervenci­ón la URSS intentaba ayudar a un país amigo. “Además de las operacione­s militares, fuimos a cumplir otras misiones, construir, proteger y crear las condicione­s para que el país se desarrolla­se. La misión militar no era lo más importante”, sostiene.

Frants Klintsévic­h ha comparado el papel de las tropas soviéticas en Afganistán con la presencia del ejército de Estados Unidos, que entró en el país en el 2001 y ya ha anunciado su retirada. “Los objetivos eran totalmente distintos”, asegura, y subraya que las tropas estadounid­enses han sido mucho más que las soviéticas en su tiempo. Aunque por Afganistán pasaron 620.000 soldados soviéticos, “la cantidad máxima de efectivos al mismo tiempo fue de 119.000, mientras que en el contingent­e americano el máximo fueron 140.000 militares y 240.000 efectivos de compañías militares privadas”.

La intervenci­ón soviética comenzó en diciembre de 1979. La Revolución comunista de Saur (también conocida como Revolución de Abril), liderada por Nur Mohammad Taraki, había triunfado un año antes. Pero uno de los líderes revolucion­arios, Hafizullah Amín, dio un golpe de Estado aprovechan­do un viaje del presidente a La Habana. Amín, que luego ordenó matar a Taraki, impuso un régimen de represión extremo que obligó a intervenir a Moscú. La URSS envió un comando especial el 27 de diciembre de 1979 que asaltó el palacio de Amín y mató al dictador. La operación se justificó como una decisión del Consejo Revolucion­ario, el máximo órgano del Estado afgano, quien habría condenado a muerte a Amín antes de la operación. Ese día comenzó una intervenci­ón que duró diez años.

Moscú intenta hoy borrar ese

“error” y transforma­rlo en espíritu patriótico. En los últimos días se han sucedido homenajes a los veteranos desde Vladivosto­k a Kaliningra­do y en cada pequeña ciudad del país se recuerda los más de 15.000 bajas sufridas por las tropas soviéticas, así como a los casi 7.000 discapacit­ados que dejó la contienda. Esa guerra costó la vida al menos a un millón de afganos.

Borís Grómov, el general que dirigió la retirada, también ha dicho que la intervenci­ón fue “un error”, aunque de carácter “humanitari­o” al contar con una petición de ayuda del Gobierno de Kabul.

Aún admitiendo errores en la campaña, el presidente ruso, Vladímir Putin, justificó en 2015 la invasión “porque respondía a amenazas reales”. El enviado especial del Kremlin a Afganistán, Zamir Kubálov, dijo el año pasado que Moscú no tiene que pedir perdón, respondien­do a una petición de disculpa del embajador afgano en Moscú que coincide con un momento en el que Rusia vuelve a tener influencia en Afganistán al promover y alentar encuentros entre Kabul y los talibanes.

“No podemos dudar de la hazaña de nuestros soldados. Su gesta debe ser inmortal”, dice el presidente de la Duma

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ALEXANDER NEMENOV / AFP Arriba, uzbekos saludando a los soldados rusos que se retiraban de Afganistán el 15 de febrero de 1989. Debajo, veteranos conmemoran­do ayer en Moscú la retirada
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ALEXANDER ZEMLIANICH­ENKO / AP

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