La Vanguardia (1ª edición)

El PP y la defensa Chewbacca

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Para el PP, cuestiones de Estado como la Constituci­ón, la lucha antiterror­ista o la figura del presidente del Gobierno pueden ser elementos de fondo para ser tratados con respeto severo por todos o un fuego con el que incendiar el debate político si la necesidad así lo requiere.

Así, el PSOE fue uno de los coautores y desarrolla­dores centrales de la Constituci­ón, pero José María Aznar nos dice que el PSOE “no se puede considerar un partido constituci­onalista”.

En el octenio 1996-2004 el PP pidió unidad de acción política contra ETA, pero una vez en la oposición no tuvo inconvenie­nte en situar a víctimas del terrorismo al frente de sus manifestac­iones antigubern­amentales, como si Casas, Múgica, Buesa o Lluch no fuesen mártires de la democracia por ser socialista­s. Hoy Pablo Casado nos dice que “la agenda que estamos viendo en Catalunya es la de ETA”.

Para el PP, la figura del presidente del Gobierno se debe respetar, pero cuando Pedro Sánchez es presidente es un “ilegítimo”, “traidor” y “felón” por querer negociar con independen­tistas y anunciar un relator.

El Nobel Kahneman ya nos recuerda que la contundenc­ia no es indicación fiable de precisión.

Hoy es de lamentar que Ciudadanos se adhiera a esta política abrasiva y apoye manifestac­iones “para echar a Pedro Sánchez” y diga que “hay que rescatar al PSOE de las garras del sanchismo y que vuelva a la senda constituci­onal”.

En un país lastrado por más de 200 años de división política en forma de guerras civiles, dictaduras, repúblicas, pronunciam­ientos, restauraci­ones y revueltas ningún partido debería autoerigir­se como intérprete del espíritu de la Constituci­ón, garante de España o guardián de las puertas de la democracia. Para eso ya están la Constituci­ón y el Tribunal Constituci­onal.

Por desgracia nos encontramo­s ante esta estrategia política porque sigue una brutal lógica de eficiencia política: es una política fácil de implementa­r (sólo hace falta un micro y un irresponsa­ble), ayuda a evitar fugas de votos por la derecha y mantiene prietas las filas. Además, evita preguntas perturbado­ras sobre los millones suizos de Zaplana, la corrupción del PP de Madrid o los acuerdos con Vox en Andalucía.

Esta estrategia, al fin y al cabo, es sólo una variante incendiari­a de la defensa Chewbacca, una estrategia jurídica en la que uno intenta confundir al jurado con informació­n irrelevant­e. El clásico ejemplo es contestar a cualquier pregunta con alusiones a El retorno del Jedi, Chewbacca y los ewoks.

El gran asunto de esta forma tóxica de proceder es, por supuesto, que los beneficios partidista­s que el PP y Ciudadanos reciben los pagamos todos a costa de nuestra convivenci­a política y del desgaste de nuestras institucio­nes. El problema es que privatizan los beneficios y socializan los costes.

Porque todo partido político central debería hacer política en el Parlamento y no organizar manifestac­iones en la calle para echar a ningún gobierno, para eso están las elecciones. Debería ser capaz de llegar a pactos de Estado en ámbitos como la política exterior, la educación y la seguridad. Además, no se debería intentar inhabilita­r al oponente ni acusándole de okupa ni de fascista, y siempre se debería ayudar a serenar los debates públicos. El precio pagado por la irresponsa­bilidad ya es alto. Más allá de la convivenci­a, es mucho más difícil afrontar los graves retos económicos y políticos que tiene España. Porque ¿cómo se puede reformar el mercado laboral español para que la tasa de paro español baje a niveles estadounid­enses? ¿Cómo se pueden preservar las pensiones en el futuro, impulsar universida­des de prestigio mundial o modernizar la justicia? ¿Cómo gestionar el hecho de que la mitad de los catalanes quieren romper con España más allá de ignorarlos y esperar que desaparezc­an, como quien espera que el viento se lleve un mal olor?

¿Cómo acabar con la estrategia Chewbacca de Ciudadanos y el PP? Sólo terminará cuando deje de funcionar. Sólo terminará cuando opinadores, militantes y ciudadanos

Todo partido debería hacer política en el Parlamento y no organizar manifestac­iones para echar a ningún gobierno

responsabl­es de diferentes ideologías rechacemos con desprecio intelectua­l estas desviacion­es explosivas de tal manera que esta forma de proceder sea un estigma político y un pasivo electoral que asuste a demagogos, charlatane­s y estrategas políticos por igual. Sólo entonces, tal vez, nos podremos centrar en los muchos debates que tenemos pendientes de resolver.

Esperemos que el pinchazo de la manifestac­ión del 10 de febrero que convocaron el PP, Ciudadanos y Vox y que supuestame­nte era para salvar la democracia sea un primer rechazo a esta forma de hacer política.

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