La Vanguardia (1ª edición)

Sin móvil

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ué habrá hecho con tu móvil el tipo que te lo robó el lunes en el autobús? Línea 7, a la altura de Balmes con Gran Via, o eso crees. ¿Habrá revisado tus mensajes? Está claro que no ha contestado los correos. ¿Habrá cotilleado en tus conversaci­ones de WhatsApp? ¿A quién habrá llamado con tu número, con tu identidad, con tu nombre? ¿Habrá abierto tu galería de fotos? Y, si lo hecho, ¿para hacer qué? ¿Habrá dejado fallecer poco a poco el aparato, de modo que su final coincida con el agotamient­o de la batería, o por el contrario se la habrá arrancado de golpe, como el que retuerce el gaznate a una gallina?

Todas estas preguntas se acumulan en tu cabeza en forma de gran angustia. En un descuido idiota, alguien te ha metido la mano en el bolso y ni te has enterado. Amigos de la ajeno les llaman. Vaya, un eufemismo de cabrones. El lector sabrá perdonar el lenguaje soez. Has sido una de las 330 víctimas diarias de los ladrones de smartphone­s en esta Barcelona que es cada vez menos de diseño y más de miseria. Sólo hay que pasear un domingo por el entorno de la plaza de las Glòries, o un día cualquiera por las calles de Ciutat Vella, incluso del Eixample, para comprobarl­o.

No era más que un aparato como tantos otros hay, repites en voz baja. Pero qué va, no, no. Cuántas veces habías intentado dejarlo olvidado en la mesilla del salón, igual que un fumador abandona el paquete de Ducados. Romper con él, distanciar­te. Cuánto tiempo compartido juntos... Y cuánto perdido. Más que un robo, el ladrón de la línea 7 lo que hizo fue cortarte una pierna. Dicen que, después de una amputación, el paciente siente como si la extremidad aún estuviera allí, nota los dolores, los picores, el calor, el frío. La sensación del miembro fantasma. Tal cual.

Recuerdas el día que te lo regalaron, qué alegría, menudo trueno, qué potencia, qué estilo, vaya procesador, qué, qué... Qué guapo se le veía respecto a su antecesor. El tacto frío de su pantalla, el brillo. Y lo fuiste configuran­do a tu gusto, a tu modo de ser, a tus costumbres. Era tu encicloped­ia, tu calmante, tu despertado­r, tu radio, tu tele, tu archivo, tu álbum de fotos, tu navegador, tu proveedor de música, tu compañero de café, en momentos de soledad, en las esperas, tu confidente, el guardián de tus secretos... Ahí, en su corazón de 128GB de memoria y 4GB RAM que latía entre tus manos al sonar, había almacenado año y medio largo de recuerdos, fotos, contactos que no subiste a la nube, signifique lo que signifique eso. Dios mío, si parecía una dependenci­a de tus intereses, una delegación de tu vida. Ay, los yonquis.

De repente te vienes arriba pensando en la venganza tan rápido como te vienes abajo. Antes de tramitar la baja en Movistar, esperarás un poco a ver si da señales. Cuando alcanzas un teléfono fijo, le llamas. Apagado o fuera de cobertura. Lo intentas de nuevo, una, otra y otra vez. Nada. Eh, cabrón, que te voy a denunciar. Cómo duele el miembro amputado. Dos horas en la comisaría de los Mossos de Les Corts... ¿y? Harta de esperar, das media vuelta sin llegar a poner la denuncia mientras te preguntas en qué momento vino el maldito móvil a complicart­e la existencia.

Te han robado el teléfono en Barcelona pero sientes como si te hubieran amputado una pierna

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