La Vanguardia (1ª edición)

Caza mayor

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Unos, como el catedrátic­o Antonio Monegal, aseguran que el mayor agravio que se le ha hecho a Barcelona es definirla como la mejor tienda del mundo. Otros, como el colega Josep Maria Martí Font, opinan que el proceso independen­tista ha tenido un efecto demoledor en la política municipal de Barcelona. Y el empresario teatral Daniel Martínez es de los pocos que siempre se han atrevido a hablar en voz alta. Coincidí con todos ellos y algunos más en el hotel Alma, donde se habló de Barcelona, en estos momentos la ciudad más deseada.

Barcelona cojea desde el tiro que se pegó en su pie izquierdo. Y Jaume Collboni, víctima de la daga de Ada Colau, quiere ser alcalde de Barcelona. Los apuñalamie­ntos, sobre todo si son a traición, se recuerdan más y mejor que los balazos. Y eso explica que muchos votantes socialista­s catalanes tengan por traidores a ciertos excabecill­as y cabecillas del PSC. A mí, Collboni, una mirada que huye, me recuerda a cierto barman. Nunca me defraudaba­n los oportos que me ofrecía, pero yo siempre le mortificab­a hablándole del Niepoort Garrafeira 1948, legendario oporto criado en grandes damajuanas de vidrio, que conocí gracias a Quim Vila.

La mirada de Collboni es, también, la del cazador, que es una mirada que cierra el ojo izquierdo mientras apunta con su rifle a la pieza a batir. Nada extraño, pues, que en su libro, Imaginem Barcelona, Collboni diga que, para los independen­tistas, Barcelona es una pieza de caza mayor. Y tiene razón. La cabeza de Barcelona puede acabar decorando las paredes de la segunda residencia de algún independen­tista, que yo imagino gerundense. Qué horror. La cabeza de Barcelona entre las de un león y un tigre.

Pienso, y no sé por qué, en Xavier Trias, el alcalde que no tuvimos. De él dice Collboni en su libro lo que ya sabemos: que puso el Ayuntamien­to de Barcelona a disposició­n de la Generalita­t. Y seguimos en lo mismo, pero con muchas más chabolas, más manteros, más narcopisos, más chorizos y más jeta oficial. Si Trias, el alcalde que no tuvimos, puso Barcelona al servicio de la Generalita­t, la alcaldesa que tampoco tenemos muchos barcelones­es llenó el Saló de Cent con los alcaldes independen­tistas de Catalunya. En esta ocasión, también para recordar a algunos políticos catalanes presos, vinieron sin sus respectiva­s varas de mando. O yo no acerté a verlas. Pese a las apariencia­s, el arte del disimulo siempre se ha practicado más en el campo que en la ciudad. Y es por todo este barullo municipal, autonómico, nacional, y cada vez más vegano, que Collboni pide a los barcelones­es que pensemos en qué se destinará finalmente nuestro voto: si en solucionar nuestros problemas o en conseguir la independen­cia de Catalunya.

Para intentar que regresen las empresas a Barcelona, Jaume Collboni propone lo que él llama “patriotism­o de ciudad”. Creo entenderle. Pero siempre que alguien habla de patriotas recuerdo cierta frase de un escritor alemán: “No hay nada más confuso que un patriota”.

La cabeza de Barcelona puede acabar por decorar las paredes de la segunda residencia de algún independen­tista

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