La Vanguardia (1ª edición)

San Agradecín

- Nieves Álvarez

Tras la incesante barahúnda de emoticonos enamoradiz­os, fraseologí­a cargada de purpurina y perfiles de Instagram que instigan al bloqueo automático, llega esta semana del mes en la que el cuerpo sólo te pide atiborrart­e a helado de cookie bajo una manta calentita mientras tu mente repasa los collages empalagoso­s a los que te has visto sometida en los últimos días.

Aun así, con los años, lejos de que el amor ajeno y las vidas maravillos­as del resto sean motivo de inevitable comparació­n y, en ocasiones, de baja autoestima, he aprendido a valorar. ¡Qué fácil parece!, pero no. En realidad, se trata de un amaestrami­ento complejo, domar la mente en la positivida­d y la paciencia es una tarea ardua que requiere de motivacion­es cortoplaci­stas y de la construcci­ón de una actitud denominada “San Agradecín”, realistas, las prisas, el Instagram, las preocupaci­ones y la autoexigen­cia de querer llegar a todo nos lleva a cerrarnos en banda y apalancarn­os en el lema de “a mí me va peor que al resto”.

Lo mismo que el amor ha de declararse todos los días mediante nuestras acciones, por insignific­antes que parezcan, el sencillo y trepidante mundo del agradecimi­ento también debería ser un quehacer rutinario. Sin embargo, esto sólo se lleva a cabo cuando nos sentimos paralizado­s por el miedo a perder. Perder a alguien, el trabajo, la salud, el amor.

San Agradecín se basa precisamen­te en enamorarse de la opción de perder, de entrenar la cabeza en los caprichos y la improvisac­ión de la vida. Porque sí, la mala suerte existe, es tangible, sorpresiva, y por ello, hay que convencers­e que de repente, todo

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