San Agradecín
Tras la incesante barahúnda de emoticonos enamoradizos, fraseología cargada de purpurina y perfiles de Instagram que instigan al bloqueo automático, llega esta semana del mes en la que el cuerpo sólo te pide atiborrarte a helado de cookie bajo una manta calentita mientras tu mente repasa los collages empalagosos a los que te has visto sometida en los últimos días.
Aun así, con los años, lejos de que el amor ajeno y las vidas maravillosas del resto sean motivo de inevitable comparación y, en ocasiones, de baja autoestima, he aprendido a valorar. ¡Qué fácil parece!, pero no. En realidad, se trata de un amaestramiento complejo, domar la mente en la positividad y la paciencia es una tarea ardua que requiere de motivaciones cortoplacistas y de la construcción de una actitud denominada “San Agradecín”, realistas, las prisas, el Instagram, las preocupaciones y la autoexigencia de querer llegar a todo nos lleva a cerrarnos en banda y apalancarnos en el lema de “a mí me va peor que al resto”.
Lo mismo que el amor ha de declararse todos los días mediante nuestras acciones, por insignificantes que parezcan, el sencillo y trepidante mundo del agradecimiento también debería ser un quehacer rutinario. Sin embargo, esto sólo se lleva a cabo cuando nos sentimos paralizados por el miedo a perder. Perder a alguien, el trabajo, la salud, el amor.
San Agradecín se basa precisamente en enamorarse de la opción de perder, de entrenar la cabeza en los caprichos y la improvisación de la vida. Porque sí, la mala suerte existe, es tangible, sorpresiva, y por ello, hay que convencerse que de repente, todo