La Vanguardia (1ª edición)

Ser actor en un teatro vacío

Carles Alfaro dirige en el Goya a Francesc Orella en ‘L’últim acte’, un montaje con textos de Chéjov

- J. BARRANCO

La fascinació­n por Chéjov, aquel médico ruso que revolucion­ó el teatro a finales del siglo XIX con personajes que viven y mueren de deseo, con una insatisfac­ción crónica instalada en ellos, no se acaba nunca. El director valenciano Carles Alfaro ha creado para el teatro Goya una nueva obra, L’últim acte, utilizando algunos de los textos de Chéjov. La mayoría no teatrales, sino relatos, cuentos y cartas: recuerda que era muy popular como columnista de un diario y allí plasmaba historias pequeñas muy leídas. Historias, la mayoría de su primera, etapa en las que, dice Alfaro, demuestra ser no sólo un gran amante del teatro sino estar fascinado por los actores, entrar a los camerinos o estar entre bambalinas más que de espectador.

Y con esas historias ha construido una protagoniz­ada por Francesc Orella, que da vida a un actor en su última fase, al que ya le ha llegado la hora de recibir insoportab­les homenajes, y que tras beber mucho y quedarse dormido en el teatro de provincias en el que le han realizado el último, se despierta solo en un camerino, ve que todos los demás han marchado y le han dejado allí y recibe, como si fuera un cuento de Dickens, la visita de tres musas, tres espíritus femeninos de ese teatro, encarnados por Nina, Cristina Plazas y Bárbara Granados. Tres “demonios o ángeles” que le harán reflexiona­r sobre lo que ha hecho en la vida y “hacer un viaje a última hora muy patéticame­nte iniciático”, remacha Carles Alfaro.

Que explica que la obra busca reflexiona­r sobre la vida de los actores, sobre la distancia de su imagen pública con su vida privada. Sobre la carrera profesiona­l del actor y la de su vida: “Qué cosas quedan en el camino por una ambición legítima en el campo de lo que llamamos arte”, remarca. Todo con mucha ironía, añade. Y el director razona que “acabar solo, con todo el éxito pero solo, no es una historia tan extraña en muchos actores, hay una vida de ficción que es confusa y gestionarl­a es difícil, no sabemos diferencia­r entre lo urgente y lo importante”.

Las tres naturaleza­s femeninas y la masculina provocan un juego en escena, señala, “bastante divertido, a veces patético e incluso cruel”. Unas mujeres que oscilan, según cuál le visite, entre lo sereno, analítico y racional (Nina) a lo sensorial y carnal (Cristina Plazas) o lo naïf, el personaje de Bárbara Granados, “ingenua, pero que tiene el don de no haber perdido la mirada del niño, no en el sentido de tonta, sino la más lúcida”. Hace preguntas básicas a un hombre “con muchas contradicc­iones que ha huido de cuestiones elementale­s”.

El actor Francesc Orella explica que Vassili, que así se llama su personaje, “es un actor de 70 años que con la aparición de estos tres seres hará un viaje por diferentes capas de su pasado y su presente”. Un viaje que provocará en pleno ocaso, casi en el canto del cisne, que se cuestione “su trabajo, su relación con la audiencia, su soledad, el

Orella reconoce que le toca hacer un personaje que le interpela mucho en su actual momento de la vida

amor”. Se enamoró una vez de una mujer “que podía querer a un actor pero no ser la esposa de un actor, algo que parece antiguo y no lo es tanto”, dice Orella.

Que afirma que Chéjov es “delicioso por la mirada tragicómic­a y tierna de lo ridículos que podemos llegar a ser y la torpeza en gestionar nuestras vidas”. Y que confiesa finalmente que le ha tocado “hacer este trabajo en un momento de la vida en el que me interpela mucho”. “El personaje me toca bastante de cerca, el tema de la soledad, las mujeres, el sentido de la profesión, mi relación con el público”, concluye.

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DAVID RUANO Francesc Orella en una escena de L’últim acte

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