La Vanguardia (1ª edición)

Vecinas del Gòtic, hartas de que ofrezcan drogas a todo el mundo, los denuncian en las redes sociales

- LUIS BENVENUTY Una esquina muy concurrida

Los captadores de clientes de los clubs ilegales de cannabis del Barri Gòtic se apostan en la Rambla, junto a la calles Canuda, Portaferri­sa, Ferran... “Coffee shop, amigos”, dicen a toda la gente que sube y baja. “Cannabis club”. Día y noche. “Marihuana, hachís... ¿Algo especial?”. Con mucha alegría. Y también pululan por Escudeller­s, Avinyó, Lleona, Tres Llits, Nou de Sant Francesc, Ample... Son decenas. “Vamos, amigos”, proclaman entre sonrisas, abriendo los brazos, con mucho desparpajo.

Son muy habituales y conocidos en el vecindario el Guapo y el de las rastas, el Gordo y el Cortado, el del patinete y otro que sobre sus patines acostumbra a dar vueltas muy dicharache­ro en torno a las guiris veinteañer­as... Pero, a pesar de sus aires de repartidor­es de descuentos de copas en discotecas, no son más que narcotrafi­cantes de siempre muy espabilado­s. El del gorro es conocido por su agresivida­d, los de Lleona también ofrecen cocaína, speed y MDMA, hasta hace poco el italiano hacía horas extras regentado el narcopiso que montó en una vivienda del Museu de Cera.

Vecinas del Gòtic iniciaron una cruzada contra estos delincuent­es. Son ellas quienes los fichan en las redes sociales. Los buscan y esperan a que seduzcan a un grupo de turistas. Los fotografía­n conduciend­o a los visitantes de la ciudad a un club de cannabis clandestin­o y luego lo cuelgan todo en internet. Al menos así los incomodan, les recuerdan que n o pueden hacer lo que les dé la gana. “Te pones delante con el teléfono y mientras finges que estás grabando un mensaje de voz pues disparas la cámara a ráfagas... El problema es que ellos también nos conocen, y que son gente peligrosa...”.

En principio, apuntan fuentes municipale­s, Barcelona suma unos 200 clubs de fumadores de cannabis que más o menos cumplen con la normativa vigente. Unos 30 están en Ciutat Vella. El número de clandestin­os es muy voluble. Según la regulación del sector, estos clubs no pueden incitar de ningún modo al consumo de drogas ni llevar a cabo ningún tipo de promoción. Y, además, nadie puede hacerse socio al momento. Has de esperar dos semanas.

Hace pocos días, en las proximidad­es de un club ubicado en la calle Groc, una de estas mujeres tuvo que marcharse a toda velocidad ante las amenazas de los captadores...“Comenzamos a organizarn­os hace más de un año”, explican. Entonces no eran más que los miembros de un grupo WhatsApp de progenitor­es preocupado­s por la aparición de jeringuill­as abandonada­s en las proximidad­es de los centros educativos. Así nació la plataforma vecinal Fem Gòtic. La cruzada contra los captadores empezó después.

“El problema es que esta gente degrada el espacio público –detallan las vecinas–. Por su culpa cada vez vienen más turistas que se creen que en Barcelona pueden fumar toda la marihuana que quieran. Además, no paran de abrir negocios de semillas y pipas. Son negocios legales, pero contribuye­n a dar a en- tender que Barcelona es la nueva Amsterdam. Caminado por Avinyó y Ample, en menos de 300 metros, cuentas una decena”.

Google muestra un montón de webs en inglés con informació­n, consejos y advertenci­as sobre cómo conseguir marihuana en Barcelona. “De cara al mundo somos el barrio de los porros –se quejan en Fem Gòtic–... Ya teníamos suficiente con el turismo de borrachera. Y encima los captadores no tienen problemas en ofrecer drogas a los chavales del barrio. No queremos que estén todo el día incitando a nuestros hijos a drogarse. No queremos que se crucen con ellos”.

Sí, los captadores ofrecen sus servicios a todo el mundo, incluso a los periodista­s de La Vanguardia. “¿Un club de cannabis? ¿Eso es legal?”. “Por supuesto –responde el Gordo, la mar de simpático, entre la Rambla y la calle Ferran–. Te haces socio en un momento y puedes comprar todo el hachís que quieras. Está a cinco minutos...”. “Qué guay”. “Sí, ahora no hay muchos abiertos porque no hay muchos turistas, pero en primavera abriremos más”.

A los pocos pasos el Gordo se encuentra con un amigo, un hombre aún más orondo. “Mi amigo te llevará al club”. Al relevo no le hace gracia que hablemos en castellano. “¿Tienes identifica­ción?”. “Pues no”. “Entonces no podemos hacerte socio”. “Tu amigo no me dijo que necesitara ningún documento”. “No pasa nada, espera un momento...”. A los pocos minutos aparece otro hombre. “Ve con él...”. Tras callejear un rato se mete la mano en el bolsillo y saca varias bolsas llenas de cogollos amarillent­os. “Esto está seco como...”. “Es marihuana al limón ¡Muy buena!”. “¿Y cocaína tienes?”. “No, pero llamo a un amigo y...”.

Fuentes de la Guardia Urbana explican que ninguno de los pasos de este ritual es casual. La policía municipal detuvo a unos 150 capta-

A pesar de sus aires de promotores de fiestas, también menudean cocaína

Muchas webs informan en inglés sobre cómo conseguir marihuana en Barcelona

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ANA JIMÉNEZ La confluenci­a de la Rambla y la calle Ferran es un rincón donde suelen cruzarse captadores y turistas

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