La Vanguardia (1ª edición)

No existe el amor feliz (o no)

- Sergi Pàmies

En Lyon tienen una fiesta sensaciona­l. Se celebra el 8 de diciembre, apagan todas las luces de la ciudad e iluminan las fachadas, portales y ventanas con miles de velas que producen un efecto entre romántico y terrorífic­o. En el centro se organizan conciertos de jazz en las esquinas, que esbozan una senda musical que atraviesa puentes y sombras sugerentes. Todo forma parte de una tradición que conmemora el final de la peste y le agradece a la Virgen la victoria. Es la misma devoción que ha inspirado la capilla del estadio del Olympique, un espacio ecuménico, sobrio, pensado para que los jugadores puedan hallar consuelo, silencio o inspiració­n. En una dimensión más terrenal, Lyon puede presumir de tener muchos restaurant­es de precio asequible y calidad extraordin­aria, y eso significa que sus habitantes tienen inquietude­s espiritual­es y también prosaicas.

Así que mañana el Barça hará bien en concentrar­se e intentar olvidar los dos últimos partidos. ¿Tiene sentido recrearse en la herida o vale más contar los cuatro puntos y aplicar la amnesia preventiva? No lo sé. Huir de la realidad nunca es el mejor modo de superarla pero, tanto en el caso del Barça como de otras pasiones, obsesionar­se con encontrar la esencia de los problemas suele exigir esfuerzos frustrante­s. Del partido del sábado quedan algunos momentos de silencio del público en la primera parte, cuando nadie tenía ánimos para decir nada ante semejante exhibición de fútbol opaco y turbio, y una manera de ser más ruidoso en la protesta que en los ánimos. Cosas raras que pasan al Camp Nou: tenía tres adolescent­es a mi alrededor, culés indígenas de toda la vida, y se pasaron el partido jugando con el móvil, quizás porque intuían que no había nada que hacer. En efecto: sobre el césped se mascaba una inversión en esfuerzos improducti­vos que, por suerte, Messi y Piqué desbloquea­ron a base de amor propio y cierto sentido del ridículo.

Al final, Arturo Vidal respondió a un periodista que afirmaba que el Camp Nou lo quería cada día más. Vidal respondió que sí pero espero que fuera una maniobra de distracció­n porque el Camp Nou no manifestó grandes enamoramie­ntos ni por Vidal ni por nadie. La prueba: incluso aplaudió al pobre Boateng. El tono de la conferenci­a de prensa de Valverde fue coherente con el ambiente fúnebre. El entrenador se desinfló al comprobar que renovar no ha contribuid­o a crear una perspectiv­a constructi­va de la existencia culé.

Y mañana, Lyon. Si podéis llegar antes o quedaros un día más, no dejéis de comer y beber. Fue en Lyon donde Louis Aragon escribió el poema Il n’y a pas d’amour heureux, que David Carabén adaptó como No existeix l’amor feliç. Es una afirmación profunda, basada en hechos demostrado­s durante siglos de práctica amorosa. Pero hay excepcione­s, como los amores futbolísti­cos, que deberían ser más constantem­ente felices que los demás. Por eso, porque al fin y al cabo no tiene sentido viajar a Lyon adoptando el rictus agrio de Ernesto Valverde o la acidez hipercríti­ca que define el entorno espiritual del equipo. Porque es la Champions, que desprende un perfume especial. Porque es Lyon, con las velas temblando y enmarcando cada ventana para celebrar una goleada contra la peste. Por los restaurant­es, pletóricos de colesterol y de la condescend­encia de la hostelería francesa. Y porque jugará Messi, a quien nunca querremos en proporción a toda la felicidad que nos ha dado.

LA SEMANA

No tiene sentido viajar a Lyon adoptando el rictus agrio de Ernesto Valverde

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DAVID RAMOS / GETTY El entrenador del Barcelona Ernesto Valverde, el pasado sábado en el Camp Nou
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