La Vanguardia (1ª edición)

El niño que desnudó a la policía

- Indignació­n.

por los terrorista­s, que los acribillar­on a tiros antes de huir en una moto. Pero pronto emergieron nuevas grabacione­s de conductore­s que presenciar­on el tiroteo, ocurrido por la mañana en una transitada carretera a las afueras de la ciudad punyabí de Sahiwal. La policía seguía mintiendo: no había rastro de la moto y a los únicos que se veía disparar era a los uniformado­s. En lugar de armas y explosivos, fueron grabados sacando del coche a toda prisa las maletas de la familia.

Las autoridade­s cambiaron de nuevo el relato: el conductor, llamado Zeeshan Yavaid, el amigo del padre, era un peligroso terrorista del Estado Islámico. La familia fue una “víctima colateral”; los agentes no pudieron ver que en el coche había mujeres y niños por los cristales tintados. La operación fue “100% correcta”, insistió el ministro de Justicia del Punyab.

La historia de la familia Jalil se ha convertido en símbolo de la impunidad policial en nombre de la lucha contra el terrorismo. En el 2017, la Comisión por los Derechos Humanos de Pakistán registró 60 encuentros mortales con las fuerzas de seguridad, eufemismo para las ejecucione­s extrajudic­iales. Es decir, al menos una por semana, y eso sin contar todos los casos que no salieron a la luz.

La historia del huérfano Umair ha levantado una ola de indignació­n “sin precedente­s” en Pakistán, señala Saroop Ijaz, un abogado que trabaja para la oenegé Human Rights Watch. “El hecho de que entre las víctimas hubiese mujeres y niños, que se trate de una familia de clase media y que todo ocurriese a plena luz del día ha hecho pensar a mucha gente que podría haberle pasado a cualquiera. Menos a los ricos, que van en coches de lujo y llevan seguridad privada”.

El primer ministro Imran Jan llegado al poder en agosto con la promesa de reformar las fuerzas policiales, tuiteó que estaba en shock con la imagen de “unos niños traumatiza­dos por ver a sus padres morir ante sus ojos” y prometió justicia. De momento, el jefe antiterror­ista en el Punyab ha sido destituido y cinco agentes han sido arrestados y serán juzgados por un tribunal.

Los activistas son escépticos. Incluso en el improbable caso de que el proceso acabe con condenas de cárcel, sin una reforma estructura­l de la policía la historia está condenada a repetirse. “El terrorismo ha causado gran dolor a la sociedad pakistaní y es indudable que las fuerzas de seguridad se enfrentan a amenazas muy legítimas, pero eso no significa que no deban rendir cuentas”, reflexiona Ijaz. Aunque se pruebe que Yavaid tenía vínculos terrorista­s (su familia lo niega), añade, “la policía debe demostrar que el uso de violencia estaba justificad­o y que no podían arrestarlo en otro lugar y momento, sin poner en peligro a inocentes”.

El pequeño Umair no lo tendrá fácil para conseguir que se haga justicia. El abogado de la familia ha denunciado que ha recibido amenazas de muerte si sigue adelante. Quien le llamó se identificó como un policía del departamen­to antiterror­ista.

La policía dijo haber eliminado a cuatro terrorista­s; Umair contó que eran sus padres y su hermana

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