La Vanguardia (1ª edición)

El final de la política heroica

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Serán las elecciones generales del próximo 28 de abril el punto de inflexión que necesita la vida catalana para dar por finalizada la etapa de política heroica del independen­tismo y girar hacia una nueva etapa de política democrátic­a? ¿Serán también el punto de inflexión de la política heroica de los partidos estatales favorables del estado de excepción permanente de la autonomía catalana? Sería muy deseable, aunque no es probable. Las retóricas políticas siguen siendo muy belicosas.

En todo caso, que sean ese punto de inflexión no va a depender sólo de las conductas de los políticos, sino también de los ciudadanos. Según sean las señales que envíen a través de su voto, esas conductas cambiarán o mantendrán sus pulsiones suicidas. Volveré a esta responsabi­lidad de los votantes.

Permítanme antes una breve incursión en las condicione­s que podrían favorecer el final de la política heroica. Dos textos pueden guiarnos en esta búsqueda.

Uno es Las pasiones y los intereses, del economista germanonor­teamerican­o Albert O. Hirschman, uno de los intelectua­les más destacados de la segunda mitad del siglo XX. El otro es La política como vocación, del sociólogo alemán de principios del siglo pasado Max Weber, que constituye una de las aportacion­es fundamenta­les a la moderna teoría política.

El ensayo de Hirschman es una estimulant­e lectura sobre la historia de las ideas político-económicas. Señala cómo los clásicos (Montesquie­u, James Steuart, Adam Smith...) esperaban que los intereses de las nuevas clases burguesas que traía la sociedad comercial, financiera y manufactur­era de los siglos XVII y XVIII actuarían como elementos disciplina­dores de las pasiones políticas dañinas del viejo régimen aristocrát­ico. Así, James Steuart ensalzó los intereses como “la brida más efectiva” contra “la locura del despotismo”. Como la historia nos ha enseñado, se trataba de una ilusión del análisis económico clásico, que se ha repetido en épocas posteriore­s.

Un economicis­mo de este tipo ha servido

A. COSTAS, en los últimos años para esperar que los intereses de la burguesía catalana acabarían frenando las pasiones independen­tistas. No ha sido así. El último ejemplo es la votación de los presupuest­os del Estado. Las relaciones entre los intereses económicos y las pasiones políticas son más complejas. Y la cultura política parece desempeñar un papel importante.

Es aquí donde el ensayo de Weber puede ofrecernos nueva luz. Su origen es una conferenci­a a los estudiante­s de Munich sobre el liderazgo político. El contexto en que se pronunció tiene importanci­a. Eran los febriles años de la primera posguerra mundial. Las facciones de izquierda y derecha se enfrentaba­n por el poder en las calles de Munich. En ese clima, Kurt Eisner, un político y periodista mesiánico organizó la revolución de noviembre, derrocó a la monarquía de los Wittelsbac­h y pasó a presidir el estado libre de Baviera en noviembre de 1918, antes de ser asesinado por un nacionalis­ta reaccionar­io.

Para Weber, el verdadero político es aquel para el cual la política es su vocación. Pero una vocación matizada por tres cualidades: pasión, sentido de responsabi­lidad y sentido de proporción. Definió a Eisner como un tipo de líder movido sólo por su determinac­ión de mantenerse fiel a sus principios, cualesquie­ra que fuesen sus consecuenc­ias. De ahí que frente a la ética de la convicción –que considerab­a el sello distintivo de los santos, los pacifistas y los revolucion­arios puros–, contrapusi­era la ética de la responsabi­lidad. Esta exige que los políticos se hagan responsabl­es de las consecuenc­ias de sus acciones. Y busquen, en su caso, compromiso­s morales para lograr sus resultados.

Entre las consecuenc­ias de la política heroica están, utilizando la terminolog­ía de Hirschman, tanto los “efectos no buscados pero realizados” como “los efectos buscados pero no realizados”. Los primeros se manifiesta­n en la división de la sociedad catalana en dos bandos irreconcil­iables. Los segundos,

En la política catalana y española hay mucha ética de la convicción y muy poca ética de la responsabi­lidad

en las esperanzas no realizadas de la declaració­n unilateral de independen­cia, esperanzas que sobreviven más allá de su fracaso.

En la política catalana y española hay mucha ética de la convicción y muy poca ética de la responsabi­lidad. Necesitamo­s que tanto el independen­tismo como los partidario­s de la suspensión del autogobier­no den por finalizada la etapa de la política heroica. De lo contrario, se intensific­arán las pulsiones cainitas que hoy dominan nuestra vida política.

En este tránsito hacia una ética política de la responsabi­lidad, los ciudadanos tienen un papel insustitui­ble. Como votantes, tienen la opción de elegir entre políticos responsabl­es o irresponsa­bles. En sus manos está que las elecciones del 28 de abril sean el final de la política heroica.

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ROSER VILALLONGA / ARCHIVO

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