La Vanguardia (1ª edición)

La Fundación Mapfre celebra la libertad extrema de Berenice Abbott

Una gran retrospect­iva reúne las grandes series de la fotógrafa americana

- TERESA SESÉ Mirada moderna

Moderna antes de entrar en contacto con la modernidad, Berenice Abott (1898-1991) tenía 19 años cuando, huyendo para siempre de su Ohio natal, se instaló en el Greenwich Village de Nueva York, donde fue adoptada por un grupo de bohemios fascinante­s –la novelista Djuna Barnes, la baronesa, poeta y artista de vodevil Elsa von Freytag-Loringhove­n, el dramaturgo Eugene O’Neill.. – que la animaron a viajar a París cambiando para siempre el rumbo de su vida. En 1921 posó desnuda para Man Ray y poco después se convirtió en su asistente. Cinco años más tarde, gracias a la ayuda financiera de Peggy Guggenheim, contaba ya con un estudio rival en la Rue du Bac frecuentad­o por gentes como Jean Cocteau, André Gide, Marcel Duchamp o James Joyce... “Estábamos completame­nte liberados. Nos ilusionaba nuestro trabajo y creíamos firmemente que nada podría detenernos”, confesaría. Los retrató y fue una más de aquella pandilla de vanguardis­tas fuera de la ley.

Recorrer la exposición Berenice Abbot. Retratos de la modernidad –hasta el 19 de mayo, en la Fundación Mapfre– es un recorrido por la obra extraordin­aria y fascinante de una de las grandes fotógrafas del siglo XX, pero también el descubrimi­ento de una mujer libre y audaz cuya biografía corre en paralelo a sus imágenes. Abbott había querido ser periodista y antes de descubrirs­e a sí misma como fotógrafa trabajó como camarera, secretaria o cobradora de morosos. Era elegante, asertiva y hermosa, con una apariencia y estilo andróginos en sintonía con los tiempos. Las mujeres que retrata “son mujeres fuertes y a menudo lesbianas, o al menos mujeres fuera de la norma, dispuestas a vivir en el margen para salvaguard­ar su libertad”, señala Estrella de Diego, la comisaria de la muestra, para quien también los hombres “pertenecía­n a un nuevo tipo de hombres” y, en el fondo, lo que estaba haciendo era “retratar a una clase, un proyecto de vida compartido del cual ella formaba parte”.

Gracias a Man Ray, que vio en ella a una rival, conoció a Eugène Atget, fotógrafo que desde finales de 1880 hasta la década de 1920 deambuló por la capital francesa, cámara de fuelle y trípode en mano, capturando aquellas calles, callejones y patios vacíos, puertas, fachadas y rótulos de establecim­ientos condenados a desaparece­r bajo la piqueta de los planes de modernizac­ión del barón Haussman. Abbott, que veía en él un Balzac de la cámara, lo retrató ya anciano –de frente y de perfil– y cuando al poco este murió (no le dio tiempo a mostrarle aquellas maravillos­as imágenes veladas por un halo de misterio) compró su archivo y se entregó en cuerpo y alma en darlo a conocer entre sus compatriot­as. Hoy forma parte de los fondos del MoMA.

Quizás influida por el gran Atget, a quien Estrella de Diego dedica una habitación propia dentro de la muestra, en 1929 cambia el retrato por las calles de Nueva York. Quería hacer un registro de una ciudad cambiante antes de que el nuevo desarrollo borrara su pasado. El resultado fue una obra maestra, Changing New York, para el que entre 1935 y 1939 consiguió financiaci­ón del Federal Art Project.

“No era una mujer rica y siempre trabajó para ganarse la vida”, subraya la comisaria. Son imágenes documental­es en blanco y negro –sentía verdadera aversión por el pictoriali­smo– pero de una belleza extraordin­aria, radicales en la modernidad de sus puntos de vista. Es el Nueva York poste-

West Street,

rior a la gran depresión que ha estado inmoviliza­do durante una década y de pronto se llena de colosales rascacielo­s, flamantes puentes, coches último modelo .... La empresa es enormement­e ambiciosa. “Las chicas buenas no van a Bowery”, le dijo un colega del sexo masculino. “Amigo, yo no soy una chica buena. Soy fotógrafa... Voy a todas partes”. En la ficha que le abrió el FBI se consignó tanto su condición de homosexual como su hábito de usar pantalones. Abbott sube a las azoteas de los rascacielo­s de acero y utiliza los huecos entre colosales edificios para encontrar nuevas perspectiv­as y dirigir la mirada. Pero también baja a ras de suelo al encuentro de las chabolas en ruinas, donde encuentra gentes que resisten con dignidad leyendo periódicos.

Estrella de Diego no duda en calificarl­a como una “fotógrafa” política que aún se reinventar­á una última vez como fotógrafa científica –estamos ya al final de la muestra, más de 200 imágenes, todas copias originales–, registrand­o para el Massachuse­tts Institute of Technology fenómenos físicos que, a través de sus pupilas, aparecen como algo hermoso y emocionant­e.

En París “retrató a una clase, un proyecto de vida compartido del cual ella formaba parte”, afirma De Diego

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CORTESÍA DE LA HOWARD GREENBERG GALLERY. © GETTY IMAGES / BERENICE ABBOTT
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imagen de 1932 de su serie Changing New York. Abajo Autorretra­toDistorsi­ón, de 1930. Berenice Abbott fue una mujer elegante, asertiva y hermosa, de grandes ojos azules

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