La Vanguardia (1ª edición)

Los lazos

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El periodista Pere Martí hizo una reflexión sobre la polémica de los lazos amarillos que me pareció pertinente. Decía: “No es una batalla simbólica sino una batalla por la soberanía”, y añadía que lo que quieren es “demostrar que el president Torra no manda ni en el balcón de Palau”, el espacio físico que acoge la presidenci­a. Es decir, se trata de debilitar, ladrillo a ladrillo, el edificio de la soberanía catalana, poniendo de relieve que el president ni siquiera puede hacer cumplir un acuerdo del Parlament, ni amparar la libertad de expresión.

Es España quien manda, sea vía juzgados, decretos leyes, TC o vía una Junta Electoral Central, llena de jueces del Supremo, que ni es imparcial ni lo aparenta. Y cuando alguien desobedece, viene el ruido de togas, la amenaza...

Es importante reflexiona­r sobre la polémica, porque no es un tema menor, sino que atañe al núcleo duro del conflicto entre los derechos catalanes y el poder español. Los motivos por los que molesta tanto este símbolo internacio­nal en favor de los presos son de peso: asumida la cuestión catalana como un tema no político, sino penal (“más que el Código Penal, aplican el código postal”, decía un líder vasco en un FAQS de hace semanas), los lazos representa­n la

Al arrancar lazos amarillos lo que intentan es arrancar la condición de víctimas a los represalia­dos

represión y las víctimas que causa. En el fondo, es un espejo que recuerda a los partidos que han avalado la represión la maldad que han protagoniz­ado. Y por efecto espejo, con el gesto de arrancar los lazos amarillos intentan arrancar la condición de víctimas a los represalia­dos. Se trata de un proceso de deshumaniz­ación de la causa catalana, al estilo de otros muchos gestos.

Por ejemplo, las maneras con que tratan al president Puigdemont en institucio­nes como el Supremo, donde lo denominan repetidame­nte “el fugado”, a pesar de haberse presentado a todos los requerimie­ntos judiciales. Y ayer mismo, todo un Constituci­onal, que debería mantener las formas, le respondía al requerimie­nto sobre su suspensión diciendo “denegar la petición de Puigdemont”, ni señor, ni presidente, ni expresiden­te, ni siquiera nombre de pila, no fuera que el santoral lo hiciera más humano.

Despreciar, arrancar y prohibir lazos amarillos es un acto agresivo, perpetrado por partidos que han hecho de la agresivida­d verbal todo un manual de hacer política. Sólo faltaba ver ayer a Fernández Díaz (el otro, Alberto) cortando con unas tijeras un pobre lazo, aunque en este caso, después de décadas de concejal durmiente, se agradece que haga alguna cosa. Al final han ido a la cacería de la presidenci­a, en el intento de que el president se convirtier­a en un censor de la libertad de expresión y, así, se minara todavía más la presidenci­a. Afortunada­mente, Torra se ha mantenido fiel a la dignidad de su cargo, y si saca los lazos, será por indicación de una institució­n catalana y no por imposición española. Pero todo sigue siendo un despropósi­to, el despropósi­to de una política española que ha perdido la brújula de la democracia.

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