La Vanguardia (1ª edición)

Avestruces

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No tengo ningunas ganas de escribir este artículo. En realidad, yo tenía pensado otro, que sí me apetecía: se habría titulado “Carnets de feminista” y habría ironizado sobre todos esos líderes políticos que un buen día (coincidien­do, casualment­e, con las manifestac­iones del 8 de Marzo y la cercanía de elecciones) descubren que son feministas... a su manera: el feminismo, para ellos, es un nuevo pretexto para ser la novia en la boda, el muerto en el entierro y el orador en el mitin, sólo que ahora el contenido del mitin consiste en explicarno­s, a nosotras, qué es el (verdadero) feminismo (ese que descubrier­on ayer) y el grupito que está detrás escuchando en respetuoso silencio y aplaudiend­o lo componen señoras...

Sí, eso era lo que me habría gustado escribir. Pero las movilizaci­ones de jóvenes por el clima el viernes pasado me han hecho avergonzar­me. Hace dieciocho años, me he dicho a mí misma, que dispongo de un espacio, este, para intentar influir en la opinión pública y nunca, jamás, lo he usado para hablar del cambio climático. ¿Es que no me parece un tema importante?

Al contrario: me parece gravísimo. ¿Entonces...? Justamente: me preocupa demasiado. Esas imágenes de tortugas enredadas en bolsas de plástico, de mares y ríos llenos de porquería, de niños del tercer mundo revolviend­o en inmensos vertederos... me provocan angustia. Combinada con impotencia: sé que nuestras pequeñas contribuci­ones, eso de cerrar el grifo mientras nos lavamos los dientes, de tirar las latas de conserva a un cubo y las botellas de cristal a otro, de llevar una bolsa de tela para no necesitar bolsas de plástico... son sólo maneras baratas de darnos buena conciencia.

A la hora de la verdad, lo que hago, cuando aparece este tema en los medios, es cambiar de canal o pasar la página. Es mucho más agradecido apasionars­e por las listas electorale­s, la posible inmunidad de Puigdemont como eurodiputa­do o el regreso de Zidane.

Pero cuando nuestras nietas y nietos, el día de mañana, nos pidan cuentas, con todo el derecho, de la herencia que les dejamos; cuando nos pregunten: ¿es que no sabíais lo que estaba pasando?, ¿no visteis lo que se acercaba?, ¿por qué no hicisteis nada?... ¿Qué vamos a contestarl­es? Mejor que lo vayamos pensando.

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