La Vanguardia (1ª edición)

El faro, hito simbólico

- CUADERNO BARCELONÉS

Las obras de protección del puerto fueron lentas y perjudicad­as por largas paralizaci­ones. En los grabados históricos ya destaca un faro. La última prolongaci­ón del dique se comenzó en 1679, pero no fue cumpliment­ada hasta 1697. Fue considerad­a entonces como definitiva.

De ahí que en su extremo fuera levantado en 1772 un faro nuevo. A partir de aquel momento se convirtió en un hito visual al destacar en el paisaje y por su utilidad. Este fue construido de piedra trabajada con un volumen y un perfil más llamativos. En la linterna de la cúspide, cuatro delfines y encima, una veleta. Alojó a la capitanía portuaria y la expedición de pasajes.

Aquel punto, el más adelantado de la ciudad en el mar, fue considerad­o como un elemento defensivo y por esta razón en la plazuela que lo rodeaba fueron situados algunos cañones. En 1782, entre la linterna y el pretil de piedra fue levantado un aparato de señales, más pequeño que el de Montjuïc, Acaba de reaparecer con esplendor la fachada del paseo de Gràcia, 24. Había permanecid­o no poco tiempo oculta a causa de la rehabilita­ción de la planta baja. Ahora este conjunto luce su originalid­ad llamativa, merced a una buena restauraci­ón. Merece ser contemplad­a, e incluso desde el pasaje. Se ha convertido en una muestra casi única de un estilo que proliferó al principiar la construcci­ón pero que cumplía con eficacia la misión de informar.

Desde un buen principio y al margen de su misión estratégic­a militar y por supuesto orientació­n de navegantes, se convirtió pronto en un lugar atractivo. En efecto, valía la pena concederse un paseo muy tranquilo hasta allí, al valorar las vistas y poder respirar un aire tan puro, contraste marcado con las pésimas condicione­s que se padecían intramuros.

La presencia cada vez más numerosa de ciudadanos, animó a que una serie de vendedores plantaran allí sus puestos de venta de “llesques torrades amb mel” y naranjas mallorquin­as; incluso se alquilaban catalejos a los más del Eixample. En los primeros años, mandó un eclecticis­mo desmayado y vulgar que no aportaba nada. Y a renglón seguido se puso de moda, no sólo aquí, el exotismo, estimulado por la influencia romántica. Y así se impuso el neomozárab­e, como no podía ser de otro modo por lógica histórica. Por si fuera poco, la campaña de Marruecos, realzada por el mando de Prim, añadía un ambiente favorable. En el restaurant­e curiosos. No faltaban, claro, los pescadores de caña.

Al trazar una prolongaci­ón lineal de la Meridiana y del Paral·lel, el punto de encuentro se halla justo en este faro. Cerdà conocía estas coordenada­s y por eso escogió tales nombres relativos al paralelo 41 y al meridiano de París. No en balde el geógrafo francés Pierre Méchain se desplazó hasta Barcelona para cumpliment­ar el encargo oficial de llevar a cabo la medición científica del citado meridiano, y uno de los diversos puntos de referencia para efectuarla era este faro y también el terrado de la fonda en la que residía, la Fontana de Oro, en la calle Avinyó-Ample.

Esta pieza histórica es la que ha llegado hasta nuestros días, aunque ha sufrido algunos retoques y merece ser destacada la incorporac­ión del reloj en 1904. Gracias a este servicio informativ­o, se ganó la amnistía cuando, al ceder todo el protagonis­mo al nuevo faro de Montjuïc, había sido condenado a la demolición. Con el tiempo se ha ganado el mérito de ser una pintoresca y respetada seña de identidad. Gracias al periodista y escritor Xavi Casinos sabemos que se puede ascender por una escalera de caracol hasta la altura del reloj, y una vez allí abrir la ventanilla que correspond­e al número 7 para observar una vista gratifican­te.

La afluencia de paseantes animó a plantar puestos de venta e incluso se alquilaban catalejos

de los Campos Elíseos, con medio millar de asistentes, se rindió homenaje a los voluntario­s catalanes. La aristocrac­ia y la gran burguesía estaba encantada con los edificios que les dibujaban los arquitecto­s. El neomozárab­e realzaba la decoración de los marcos de puertas y ventanas, más llamativo que los esgrafiado­s. El estallido del modernismo acabó con esta tendencia e impuso un reinado de total omnipresen­cia.

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Desde un buen principio fue evidente que era muy agradable dar un paseo hasta el faro

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