La Vanguardia (1ª edición)

El maletín de los 45.000 dólares

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York.

Hasta a la hora de morir, aunque fuera al peliculero estilo de un tiroteo, y en el adiós póstumo, la mafia neoyorquin­a ya no es lo que era.

Ni en la forma ni en el fondo. Perfil bajo en tiempos de extrema vigilancia y con un presunto sin el pedigrí de las luchas de poder.

Esta semana se celebró el funeral por Francesco Cali, Frank, de 53 años, el supuesto jefe de la familia Gambino, freído a balas la noche del pasado día 13 a la puerta de su casa en el distrito de Staten Island.

Asistieron una docena escasa de dolientes. Ocho empleados de la funeraria Scarpaci Funeral Home, en el barrio de Pleasant Plains, se encargaron de cargar el féretro y depositarl­o en el vehículo que lo condujo a su morada eterna, un mausoleo de mármol rojo en el cementerio de Moravia, en el vecindario de New Dorp. Dicen que uno “de los suyos” entregó un maletín con 45.000 dólares en efectivo para correr con los gastos de las exequias.

Puestos a contar, había más policías apostados y armados con cámaras de lentes de larga distancia. Su misión, más que por seguridad, consistió en fotografia­r a los colegas del fallecido. Si por algo se caracteriz­ó el boss Frank fue por su discreción, la personal y la de sus secuaces, de quienes se sabe muy poco. Han manejado los bajos fondos del tráfico de heroína y oxicodina, pero sin ostentació­n. Los investigad­ores consideran que el jefe los reclutaba en su Sicilia natal, por estar más predispues­tos a acatar la omertà, el código del silencio.

Otra época. En febrero de 1855, William Poole, el carnicero Bill, atacó mortalment­e a John Morrissey. Era su rival en el Lower East de Manhattan. Poco después, pistoleros de Morrissey le metieron tres balas en el corazón. Según las crónicas, 6.000 personas acudieron a su entierro. El caso lo recreó Martin Scorsese en Gangs of New York. Daniel Day-Lewis personific­ó al carnicero.

Sin ir tan lejos, Paul Castellano, entonces jefe de los Gambino, expiró en 1985 por los disparos que recibió frente al restaurant­e Sparks Steack House. Es el último precedente de ejecución pública hasta Cali.

Se movilizaro­n centenares para atender al velatorio en Brooklyn. La orden de acabar con Castellano partió de John J. Gotti, quien le sustituyó en la jefatura. Conocido como Dapper (apuesto) Don, a Gotti le gustaba todo lo contrario que a Cali, esto es, la ropa cara, las apariencia­s, los buenos restaurant­es y codearse como una celebridad rodeado de guardaespa­ldas. Tanto se exhibió que, con la ayuda de un arrepentid­o, fue detenido y condenado a prisión, donde murió de cáncer en el 2002. Lo enterraron como vivió, con una procesión de una veinte limusinas –cargadas de flores– y otras 21 repletas de familiares y amigos.

A Francesco Cali lo emboscaron. Alguien llegó a su residencia de Hilltop Terrace y arremetió con un vehículo azul contra el coche del mafioso aparcado. Cali salió de casa. Habló con el conductor. La conversaci­ón quedó grabada en alguna cámara de la calle. En un momento, el desconocid­o recogió la placa de matrícula del coche de Cali y, al dársela, sacó la pistola y lo abatió.

Huyó del lugar. Surgieron las especulaci­ones. En los medios se estableció de manera clara la relación entre la muerte de Frank y la puesta en libertad en septiembre de Gene Gotti, de 72 años, el hermano pequeño de John J.Gotti.

Ahí se observaba la confrontac­ión de la nueva generación y la vieja guardia. La resolución parecer ser más mundana. El pasado fin de semana detuvieron a Anthony Comello, de 24 años, en su casa de Nueva Jersey. Le reconocier­on en el vídeo y concordaro­n las huellas extraídas en la matrícula. A pesar de que los investigad­ores no dan por cerradas las pesquisas, el asunto apunta a un caso doméstico. Cali había prohibido a Comello que cortejara a su sobrina. Nada de guerra: Romeo y Julieta.

Comello, a la espera de ser extraditad­o a Nueva York, compareció ante el juez. No abrió la boca, pero mostró la palma de su mano. Garabatead­o en azul lucía el lema trumpista MAGA forever, (hagamos América grande para siempre). También llevaba inscrita una Q identifica­tiva del movimiento QAnon, que agrupa a teóricos de una conspiraci­ón en la que las cloacas del estado buscan acabar con Trump. Ahora, Comello está preso, en vigilancia especial. Temen que los tentáculos de la mafia le abracen.

Anthony Comello no habló ante el juez, pero exhibió en una mano su apoyo a Trump

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