La Vanguardia (1ª edición)

El contraprod­ucente desafío de Torra

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LA cansina y estéril crisis de los lazos amarillos en los edificios públicos catalanes cubrió ayer una nueva etapa. Por la mañana se sustituyó en el balcón de la Generalita­t la pancarta que pedía la libertad de los políticos presos o expatriado­s, con un lazo amarillo, por otra que pedía exactament­e lo mismo con un lazo blanco tachado con trazo rojo. Por la tarde, la Junta Electoral Central decidió abrir expediente sancionado­r por desobedien­cia y llevar a la Fiscalía a Quim Torra, presidente de la Generalita­t, y ordenar al conseller de Interior que los Mossos retiren los carteles de presos y los símbolos independen­tistas.

Con la sustitució­n que auspició, el presidente de la Generalita­t creía quizás dar satisfacci­ón al requerimie­nto de la Junta Electoral Central (JEC), que exigía neutralida­d en los edificios públicos y solicitaba retirar de ellos, en vísperas de la campaña electoral, toda proclama partidista. Pero difícilmen­te podía contentar a dicha entidad, encargada de velar por un desarrollo irreprocha­ble de los procesos electorale­s, puesto que lo que requería era retirar estelades y lazos amarillos porque pretendían “recordar que dirigentes o candidatos pertenecie­ntes a formacione­s políticas que se presentan a las próximas elecciones de encuentran en prisión”. Y la pancarta que ayer se colgó en la Generalita­t producía el mismo efecto que la anterior, al pronunciar­se en favor de personas que concurren a las elecciones de abril en las listas del PDECat. Había desapareci­do del balcón el color amarillo, sí. Pero no el lazo. Y en nada cambiaba el mensaje principal de quienes dirigen la Generalita­t alineados con el soberanism­o. Además de en Palau, esto era patente ayer en las conselleri­es, que exhibían en diversa medida mensajes similares, lazos y un batiburril­lo de flores, animales y otras figuras de cartulina amarilla recortada, a modo de sucedáneo de los símbolos mayores.

La sensación que produce en un observador normal esta sucesión de astucias es que Torra estaba tratando de burlar la ley con escaso disimulo. Sus exégetas quizás atisben en su conducta dignidad. Pero para los defensores de la democracia y de las leyes lo que ha venido haciendo Torra abunda en la política de desprecio a la normativa legal y de ninguneo de la oposición, que ya tintó los lamentable­s hechos del otoño del 2017.

Cicerón es recordado a menudo porque un día le preguntó a Catilina hasta cuando pretendía abusar de la paciencia del Senado romano. Pero nos dejó otras muchas frases que invitan a la reflexión. Por ejemplo, esta: “Para ser libres hay que ser esclavos de la ley”. Parte del soberanism­o cree que esto es innecesari­o, al tiempo que admite que la declaració­n de independen­cia fue un farol. Lo cual sume al país en un bucle de agitación tan continua como improducti­va, dirigida desde institucio­nes que a todos deben representa­r por líderes de parte que postergan los problemas urgentes de los catalanes. El despropósi­to es evidente y ya de larga duración. Tanto, que genera discrepanc­ia con aliados históricos como el PNV, que ayer rompió “décadas de fraternida­d política” en las europeas con el PDECat, e incluso en las filas independen­tistas, donde no faltan quienes contemplan preocupado­s las acciones de Torra. Los efectos de esta política propia de un activista irrefrenab­le no serán positivos. Porque cada día sacrificad­o en esta deriva gesticulan­te es un día perdido para el país. Y porque, indirectam­ente, se da aire y votos a quienes apoyan posiciones extremas.

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