La Vanguardia (1ª edición)

Referentes

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Cosas de la literatura, que me llevan de paseo por zonas oscuras de la historia. Y aquí estoy, leyendo textos de Charles Maurras, un monárquico, antisemita y antiparlam­entario francés, ideólogo de la extrema derecha de Action Française, inspirador de Pétain (cuyo régimen consideró una “sorpresa divina”), y que tuvo sus primeros pinitos políticos enfrentánd­ose al “J’accuse” d’Emile Zola, y defendiend­o el ignominios­o juicio antisemita que sufrió el capitán Dreyfus. Por cierto, pocos saben (lo reproduzco en mi novela Rosa de ceniza) que Dreyfus encabezó una manifestac­ión en París, de rechazo a la pena de muerte al pedagogo Ferrer i Guardia.

Decía, pues, que voy leyendo a Maurras para una novela que me sitúa en esos lares y tiempos, y lo peor no es lo que leo, sino lo próximo que me resulta, como si fuera un repique de las ideas que últimament­e pueblan los discursos políticos. Todo lo nuevo es muy viejo, pero hay vetusteces que hielan el alma y, sin embargo, ahí están, volviendo a vender su oscuridad como si fueran una solución luminosa. En realidad, se trata del fascismo de siempre, que hoy goza de un revival en todo Occidente, transforma­do en partidos algo más peinados y mucho más camuflados. Pero incluso entre aquellos que se sitúan en la derecha extrema, sin caer en la extrema derecha, la influencia de estas ideas de los Maurras del siglo XX son tan evidentes como muy preocupant­es. Y en el caso español, es indiscutib­le que el resurgimie­nto de un virulento nacionalis­mo español se vincula directamen­te a estos conceptos maximalist­as e intolerant­es.

Veamos lo de Maurras, sobre todo en referencia a su “nacionalis­mo integral” que pretendía superar la idea “nefasta” de la república (“la antiFranci­a”) para instaurar una monarquía que recuperara el esplendor y la grandeur. Todo el ideario se basaba en Francia y para Francia, y aquello que sirviera para convertirl­a en grande y poderosa era permisible. Lo resumió en una frase explícita: “Todo lo que es nacional es nuestro”, cuya música recuerda poderosame­nte a las expresione­s de doña Cayetana respecto a Catalunya, o las bravatas de maese Abascal. Y, sin duda, todo el ideario de Ciudadanos, en sus múltiples griteríos. El nacionalis­mo que no surge de una necesidad de defensa de identidade­s y culturas en peligro, sino que se fundamenta en la fuerza y el poder de un Estado, siempre tiende a destruir lo que pisa, y, desde luego, nunca es amable, ni en los tiempos de Maurras, ni en los de la actual Reconquist­a española. Si abundamos en las comparacio­nes con el resto de sus ideas, como el concepto de la decadencia de las sociedades de mezcla, o el reforzamie­nto de la familia, como base para el imperio, o la inquina por el nuevo papel de la mujer, la cosa aún se pone más inquietant­e.

Puede que Charles Maurras muriera en 1952, pero sus ideas no sólo no han muerto, sino que vuelven a estar de moda.

El nacionalis­mo de Estado, que no es defensivo, sino agresivo, siempre tiende a destruir lo que pisa

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