La Vanguardia (1ª edición)

El espejo del perdón

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En Paciencia con Dios, un libro admirable de Tomáš Halík, este teólogo checo nos presenta una interpreta­ción de la sociedad de su país después de la famosa revolución de terciopelo, que ocurrió en 1989. Una lectura que sería provechoso aplicar a España. Halík comenta que siempre había creído que lo más difícil era conservar la integridad ética personal ante la opresión de una dictadura. Después, descubrió que al final resultaba mucho más duro hacerlo en una sociedad democrátic­a que no ha digerido debidament­e su pasado: que no ha hecho una justa catarsis de sus errores pretéritos. Se instala un “todo vale” colectivo, una ausencia de distinción entre lo correcto y lo incorrecto, que, aunque seamos políticame­nte libres, nos arrastra con una inmensa fuerza.

Segurament­e mucha gente en la España democrátic­a se ha sentido empujada por esta energía corruptora que Halík describe, por este veneno de las naciones que no han sabido pedirse perdón a sí mismas: que se han pacificado, cierto, pero sin llegar a reconcilia­rse plenamente. Puede que la corrupción campante de estas últimas décadas españolas tenga su origen ahí: en una sociedad en la que no se ha hecho justicia respecto a un pasado doloroso, el presente se transforma en un territorio en el que uno se siente autorizado a cometer ilegalidad­es porque nada hay verdaderam­ente correcto.

También la transición española quiso ser un terciopelo y, de hecho, después de la tela basta de la guerra y la posguerra, algo tuvo de eso.

Un terciopelo teñido por la prosperida­d económica del último franquismo: ese genial soborno del régimen a la gente. Sin embargo, para quien conoce España, es evidente que no se ha realizado después de la Constituci­ón de 1978 una lectura que permita una visión compartida de lo que pasó en las décadas de los años 30 y 40 del siglo pasado. Todo se basaba durante la transición en, prudenteme­nte, no hablar: como si las palabras pudieran pisar viejas minas y llevarse por los aires la naciente sociedad. Parecía una

G. MAGALHÃES, actitud sabia, pero hoy sabemos que no fue suficiente.

En realidad, la sociedad española no se vio a sí misma en el espejo del perdón. Y ello ocurrió porque casi nadie tuvo que reconocer sus culpas. Con el paso de los años, surgieron novelas, películas sobre la guerra, porque el arte no se puede permitir escurrir el bulto ante los grandes dramas sociales. Sin embargo, mucho está por realizar. Y el resultado es que todo lo que no fue debidament­e digerido reaparece, como un vómito que vuelve a la boca, empujado por el estómago ácido de la historia. No es un espectácul­o agradable. Ese veneno para el cual muchos políticos posteriore­s a la transición no han sabido o no han querido encontrar el antídoto se ha esparcido por la vida española.

No seamos tremendist­as: no es probable que haya una nueva guerra. Y ello por una razón muy sencilla: el soborno del tardofranq­uismo, al cual se han añadido más décadas de gran desarrollo económico, sigue funcionand­o. La vida de la gente común ya no es tan dura, áspera y miserable como para que valga la pena cambiarla por la ruleta rusa mortal de una trinchera. Pero sí que está en juego la paz social del país. Es necesario que los descendien­tes de ambos bandos se miren en el agua de la verdad y recuerden y reconozcan sus tremendos errores. Y eso se hace pidiendo perdón. Y sólo esta actitud trae un olvido limpio, pacífico y con futuro, y no el olvido envenenado que fue lo que logró la buena fe miedosa de la transición.

En todos los líderes políticos actuales de España se sienten latir las sombras del pasado. Espero que sean consciente­s de ello. Porque el gran reto del gobierno que salga de las próximas elecciones será Catalunya y otros asuntos, pero, bajo todos esos temas, habrá una gran cuestión hamletiana: cicatrizar o no cicatrizar de una vez la herida monstruosa de la guerra, que, siento decirlo, está sangrando de nuevo. Y aquí ocurre algo muy curioso: la España de derechas sabe sus culpas, aunque por supuesto no las confiesa. Cuando a uno al final le toca ser el verdugo, no se le olvida fácilmente tan atroz trabajo. Pero, en el reino de los derrotados, cunde hoy la idea de que en todo fueron inocentes, víctimas angelicale­s, lo que no es cierto.

Está bien destronar a Franco del Valle de los Caídos. Se intenta poner orden en los huesos de la guerra, desde los restos evaporados de Lorca hasta el cadáver embalsamad­o del Caudillo. Pero lo fundamenta­l son las osamentas mentales, que todavía se revisten de la carne y el músculo de personas vivas. Hemos empezado con un libro, terminemos con otro. A la gente de izquierda y soberanist­a yo les recomendar­ía la lectura de Los cipreses creen en Dios, de Gironella: esa obra discutible pero honrada les explicará cómo pueden ganar España y cómo pueden perderla. De hecho, creo que el país será de la izquierda, de los progresist­as, si saben ofrecer concordia, y no revancha. Sólo con la paz, el perdón, la generosida­d podrán ganar por fin y de verdad la guerra que un día perdieron.

España se ha sentido empujada por ese veneno de las naciones que no han sabido pedirse perdón a sí mismas

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JOSEP PULIDO

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